
Ya ejercía yo como médico general en la ciudad de Magangue con buen éxito – entre otras cosas – pero siempre pensando en que algún día tenía que especialízame en Gineco Obstetricia; no quería perder mis conexiones con mis amigos directivos de la facultad de medicina de la Universidad de Cartagena por ello viajaba con bastante frecuencia a la ciudad Heroica.
Como resultado de esas gestiones en uno de mis viajes, encontré que me habían nombrado como Jefe de clínica del servicio de Urología, sin pensarlo más de una vez, me posesioné como tal y me regresé a la casa de mis parientes donde estaba alojado, como una prima era la secretaria del Decano de medicina, aproveché las horas de la noche para que me pusiera al día como era el funcionamiento de aquel Servicio.
Ella me contó que era lo que pasaba, que no era otra cosa que, la existencia en la facultad de medicina de una división entre directivos y profesorado, querían los contrarios al jefe del servicio recién posesionado removerlo del cargo y esa era el motivo por el cual me habían nombrado a mí en su reemplazo; difícilmente dormí esa noche y a la mañana siguiente me fui a la Universidad, redacté una carta de renuncia irrevocable y seguidamente me regresé a mi consultorio en Magangue.
Pocos días después de este episodio, una mañana al leer el periódico capitalino EL TIEMPO, me encontré con un aviso mediante el cual se manifestaba que el Hospital San José requería médicos para cubrir varias plazas de internos; de inmediato escribí al hospital y me respondieron que me esperaban.
Aprovechando que en Bogotá se verificaba el Congreso de medicina, sin cerrar mi consultorio emprendí viaje a la capital en la grata compañía de mi colega y amigo Diego Narváez López; corría el año de 1959 mes de Noviembre. Terminado el congreso, me fui al Hospital donde me recibieron gentilmente.
Para mi mala suerte, no encontré cupo en Gineco-obstetricia sino en Urología, por no devolverme inmediatamente, me quedé en dicho servicio, contra mi voluntad, solo que el jefe del servicio, el Doctor Gustavo Escallón Caicedo desde el primer día me hizo manifestaciones de aprecio y yo para corresponderle me dije a mí mismo, dentro de una semana me voy, pero fue tal la simpatía de todo el personal del hospital para conmigo, que allí me quedé por nueve meses, inclusive hasta quise ennoviarme con una hermosa chica pariente de un obispo boyacense que para nuestra fortuna, aquella mutua simpatía no pasó de ser sino un evento pasajero.
Fue tanto el aprecio y el empeño del Doctor Escallón para que me quedara en el servicio, que a los pocos días de estar en este como interno, me elevó a la categoría de residente y consiguió que me nombraran catedrático de la Universidad Javeriana en el área de cirugía
A esto se añade que la joven que servía como secretaria del Departamento de Urología, era una graciosa niña con cuerpo y rostro angelical y por supuesto, me gustaba. Ante aquel dilema de seguir allí en un ambiente tan agradable, cada día que pasaba me enamoraba más de la chica, pero cada vez más, comprendía que la urología no era lo que yo quería.
Pasada la Navidad de 1959 y entrado el año 1960, un día del mes de Marzo con inmensa pena, redacté una carta dirigida personalmente al Doctor Escallón manifestándole la realidad y, este hombre como todo un caballero, me manifestó como lo sentía puesto que tenía grandes proyectos conmigo pero comprendía mi situación no sin antes manifestarme además, que allí estarían siempre abiertas las puertas si resolvía volver en cualquier instante. Con un abrazo paternal me despidió desándame buena suerte.