Me despierto sobre saltado, miro el reloj de pulsera – un viejo pero fino reloj que se, no me falla – son las ocho de la mañana y yo todavía en la cama, lo primero que pienso es en la cirugía que tenía programada para las siete de la mañana, en la Clínica La Asunción, ya me la habría cancelado la Hermana Aura – jefa de quirófanos – que en eso de los turnos en cirugía, era muy estricta.
Esta confusión me atormenta por unos diez minutos, tan pronto me siento al borde de la cama, entra Carmen – mi esposa – quien viéndome desesperado me pregunta:¿Qué te pasa? Le cuento y ella me dice; ¡mijo! Eso fue un sueño, ¿no te acuerdas que tú eres un médico retirado?
Comienza la mente a despejarse y van apareciendo los acontecimientos uno tras otro hasta llevarme a la realidad; voy al baño, me lavo la cara con agua bien fría que sale del grifo, me froto bien los ojos y es cuando ya en conciencia, recuerdo que yo hace cinco años que me retiré del ejercicio de mi profesión de médico ginecólogo.
Esto me lleva a pensar, que sea cual sea el oficio, actividad o profesión que uno en la vida haya ejercido por más de cincuenta años, siempre estará allí presente dicho ejercicio y allá en lo más profundo de la memoria, permanecerá vivo el recuerdo de esos años vividos y más en una profesión como la medicina en la cual el contacto permanente con seres humanos, ha habido una compenetración, un intercambio que lleva al médico al término, de intimidar tanto con sus pacientes considerándoles como de la familia.
Bien lo dijo una vez un colega argentino cuando alguien le dijo refiriéndose a mí, que yo era un médico retirado. El colega alzó la voz para replicarle a esa persona:”el médico nunca se retira”. Lo que uno logra en verdad después de muchos años de ejercicio, es el retiro del ejercicio activo, porque aún en el retiro, siempre habrá quien le solicite sus servicios bien sea para pedirle un concepto, solicitarle un consejo o simplemente oír su opinión.
Esto que me sucedió ayer, no solo ha sido esta vez, ni de seguro será la última, pues mientras viva y tenga uso de razón, mi espíritu y mi memoria me recordarán hechos de mi vida profesional a la cual llegué un día ansioso de saber cómo funcionaba el organismo humano y durante los largos años de su ejercicio.
El médico jamás puede olvidar ese solemne día en el cual su facultad de medicina le entrega el diploma, lo ha investido como guardián de la salud, no para un día, sino para siempre.