Una vieja norma del periodismo, tan antigua como el propio periodismo, es que la nota tenía que salir llueve, truene o relampaguee. No tenía cabida en un medio de comunicación que se pasara en blanco con algo, al menos en el tipo de noticias que se podían cubrir, que eran del interés de tu público o que estaban a la mano. Por eso los periódicos sólo dejaban de repartirse dos días al año. La televisión y la radio tenían sus boletines y noticieros siempre.
Cuando la comunicación social se especializó en las facultades universitarias y apareció la comunicación empresarial, este concepto pasó a ser terreno exclusivo del periodismo. Comunicar para una empresa no implicaba trasnocharse, ni ofrecer primicias. Era otro cuento. El problema es que esta relajación cundió en los medios y estos no se preocuparon por inculcar premura.
Luego aparecieron las redes sociales. Es el paso más relevante que ha tenido el periodismo digital y aún vivimos el tiempo en que las redes dominan el espectro informativo. Con ellas se ha reconquistado la inmediatez y el cubrimiento total. Se ha sacrificado el análisis y la comprobación de los hechos, pero se ha ganado en recursos tecnológicos.
Sin embargo, no toda ventaja es total. Cada post de cada red tiene un espacio para opinar. Se supone que ese espacio sólo implica participación, no poner en duda el post o la información, aunque así funciona. Poco a poco esas opiniones le ganan terreno a las propias noticias y los trols, o gente que sólo se burla o difama, se han convertido en la nueva opinión pública.
¿Por qué ha sucedido esto? Por vanidad. Todos queremos que nos pongan un corazón en rojo y un «me gusta» en nuestros posts, y el deseo por tener muchos, hace que lo que publicamos llame a toda costa la atención. En tal sentido funciona mejor insultar a un funcionario que anunciar una exposición en la pinacoteca.
¿Y por qué les cuento todo esto? Porque hay un tipo de comunicación que recoge todos estos aspectos, y es la comunicación de algunas administraciones públicas en la costa Atlántica. Se trata de una comunicación empresarial (pues funciona bajo esos parámetros), pero es llevada por periodistas, los cuales tienen a las redes sociales como sus principales herramientas.
La idea que ellos llevan o tienen es que cada secretaría o dependencia tenga su canal de comunicación o su red, pero resulta que casi la mayoría de las veces no funcionan y no hay o existe ninguna información.
Entonces ¿Cómo se informa al público?, ¿cómo se informa a pie de calle lo que está pasando?, ¿cómo se anuncian las iniciativas y los emprendimientos?, ¿cómo se da a conocer una app o las demoras en las obras públicas? A las administraciones salientes esto les tiene sin cuidado. «No es mi problema», «yo ya cumplí», «allá verá el que llega», «esto no es prioridad».
Pero esa idea que la comunicación no es prioridad y que hay otras cosas más importantes que resolver, es la que alienta la especulación, el rumor, el insulto y el troleo. Las secretarías, al no informar dan vida a ese mundo agazapado que tira la piedra y esconde la mano, ¡y no se dan cuenta de eso! Ahora las administraciones entrantes tendrán que duplicar esfuerzos para reconstruir imagen y volver a informar.
No hay cosa más desagradable que la falta de información, porque no sabemos cuándo los problemas se van a resolver o si eso que está ahí molestando lo van a quitar o no. Sin comunicación hay sensación de abandono.