Estos días de máxima importancia en el calendario cristiano católico deben servirnos para reflexionar sobre los bienes del cielo, pero también para pensar sobre nuestra ardua tarea en la tierra, aquí donde se necesitan muchas manos, muchos brazos, muchas voluntades para hacer resurgir del fango a nuestro país.
Lamentablemente y desde hace muchos años hemos perdido el norte de nuestra fe y esta semana mayor –pese a que somos un país laico- se convirtió más en una semana de parranda que de reflexión.
La semana santa es tiempo de fe, ciertamente, pero también es tiempo de solidaridad. Es tiempo de amor, de amor sin medida que es capaz de llevarnos a dar la vida por otros.
Esa reflexión nos debe llevar a pensar si estamos haciendo bien polarizando con nuestras ideas al país y no más bien deberíamos sentarnos a dialogar para buscar puntos de coincidencia y acuerdo que nos permita salir adelante.
Reflexionar porque los valores se han perdido y con ellos el respeto a nuestros semejantes, el entender que mis libertades llegan hasta donde comienzan las de mis conciudadanos y la tolerancia se volvió una palabra sin sentido.
Suele hablarse de aquella época, mucho más cercana en el tiempo de lo que parece, en la que la Semana Santa era un paréntesis religioso, profundamente silencioso, incluso sombrío, en las rutinas de todos los días. Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección.
Ya no es así. La Semana Santa sigue siendo el mismo rito para muchos, de oración, pero para muchos más es hoy una semana de vacaciones demasiado corta, una pausa en el difícil arranque del año, un negocio e incluso, una dura oportunidad para des atrasarse en el trabajo.
Está muy bien, pues, que cada quien se tome la Semana Santa como quiera tomársela –como una ceremonia de la fe, una fiesta de la libertad o lo que sea–, pero no cabe duda de que estos días pueden servir para hacer una reflexión sobre lo que ha estado pasando en este mundo.
Si algo está advirtiéndoles a los colombianos de estos tiempos la historia de Cristo, bella, sobrecogedora y brutal, es del peligro de dejarse manipular, azuzar, enfurecer por liderazgos inescrupulosos que se regodean en la polarización y se alimentan de los miedos de los ciudadanos cansados de su suerte.
Pero ojo, que es cierto que el mundo de hoy está lleno de Pilatos, que se lavan las manos y entregan a cualquiera a la furia de las muchedumbres.