Con el Domingo de Ramos se abre solemnemente la Semana Santa, el tiempo más fuerte de la fe cristiana dentro del calendario litúrgico, que nos sirve como una buena oportunidad para involucrarnos en momentos de reflexión, recogimiento y oración. Desafortunadamente hoy en día la manera de ver las cosas es bastante diferente, donde para muchos hombres y mujeres cuentan poco Dios, las personas y si el tener y el individualismo.
El Domingo de ramos debe de ser visto por los cristianos como el momento para proclamar a Jesús como el pilar fundamental de nuestras vidas, recibiéndolo y aclamándolo como hijo de Dios y rey.
Es un día en el que le podemos decir a Cristo que queremos que sea el Rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero. Queremos que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida.
Jesús entra como Rey, pero no viene a dominar, sino a servir a la humanidad. Entra glorioso y aclamado, pero de forma completamente humilde. Viene dispuesto a combatir, pero su lucha es contra el pecado. Viene pertrechado para la lucha, pero su única arma es el amor. Triunfa en su batalla, pero su victoria, que es el triunfo de la fidelidad a Dios y de la solidaridad con el hermano, encuentra su máxima consumación en el aparente fracaso de la cruz. Finalmente, el victorioso acaba entronizado, pero no en un palacio humano, sino en la misma gloria del Padre, por medio de su resurrección y ascensión al cielo.
Los fieles católicos debemos seguir alabando al Rey de los mártires, el que da la vida para rescatar a todos los hombres y mujeres del mundo. Hoy, y los días santos del jueves y del viernes, con el silencioso sábado, somos atraídos, de nuevo, hacia una gran lección: la del amor hasta el extremo, la del amor que no puede morir. Nadie como Jesucristo nos ha amado nunca tanto, sin condiciones, rehaciéndonos de nuestras heridas y pecados, abriendo para nosotros el camino de la esperanza y de la vida.
La misa del Domingo de ramos se inicia con la procesión. El sacerdote bendice los ramos y dirige la procesión. Luego se comienza la misa. Se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo. Al terminar la misa nos llevamos los ramos benditos a nuestro hogar.
Se acostumbra colocarlos detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es nuestro rey y que debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar. Y algo a tener en cuenta: Los ramos benditos no son cosa mágica. Es importante no hacer de esta costumbre una superstición pensando que por tener nuestro ramo no van a entrar ladrones a nuestros hogares y que nos vamos a librar de la mala suerte.
Permitamos a Jesús reinar en nuestra vida; es decir, que lo dejamos a Él regir nuestra vida. Esto significa que entregamos nuestra voluntad a Dios, para hacer su voluntad y no la nuestra. Significa que lo hacemos dueño de nuestra vida para ser suyos.