Esta época de Navidad siempre me causa nostalgia. Y esa nostalgia se acrecentó ayer, cuando mis amigos William y Leydi Marcela, quienes venden toda clase de artículos frente al Éxito del centro, me ofrecieron el Almanaque Pintoresco de Bristol de 2019.
Recuerdo que cuando era niño mi papá llevaba todos los fines del año el Almanaque Bristol, el cual me encantaba solo por su “Episodio cómico en ocho cuadros” que eran unos chistes malísimos, pero que a mí me encantaban.
También me gustaban las propagandas de diversos artículos elaboradas en un encantador estilo antiguo y creía firmemente en el horóscopo, que una vez me pronosticó un grave problema familiar y al mismo tiempo unos inconvenientes físicos. Los dos vaticinios se cumplieron.
Yo me comí gran parte de un delicioso pastel de crema que encontré en la nevera, pero resulta que esa torta era de una vecina para un cumpleaños, señora que le pidió el favor a mi mamá que se la guardara para que no se derritiera. Ese fue el problema familiar. Y, los inconvenientes físicos los tuve en mis nalgas cuando mi mamá me propinó dos correazos para que no me comiera las cosas sin permiso.
El Almanaque Bristol me encantaba, aunque yo no tuviera raíces campesinas, ya que gran parte de los seguidores de esta publicación eran hombres y mujeres del campo que seguían al pie de la letra sus indicaciones para la siembre.
Igualmente recuerdo que era motivo de grandes burlas, diversión en la que participaban mis hermanos, la lectura de los santos de la Iglesia, en la que había unos nombres espantosos, como Santa Radegunda, San Sulpicio o San Taracio. Se trataba de una sección muy peligrosa, puesto que la población campesina tomó la costumbre de bautizar a sus hijos con los nombres que aparecían en el Almanaque Bristol, motivo por el cual en estos momentos hay muchas Sinforosas y muchos Asprenatos deambulando por estos terruños.
Lo cierto es que ayer al comprarles a mis amigos pude comprobar que en estos 187 años de publicación continua el Almanaque Bristol no ha cambiado absolutamente nada. Y, si no me creen pregúntenle a Amparo Grisales.