
¿Se imaginan qué pasaría si cada ocho días hubiese puente festivo? Esa es una posibilidad que se viene pensando desde hace mucho tiempo por parte de algunos gobiernos para reducir el estrés y aumentar la productividad de los empleados.
Incluso el gobierno británico en alguna oportunidad propuso que la jornada escolar fuera de lunes a jueves, para que los estudiantes aprovecharan el viernes para repasar sus lecciones y/o descansar del estrés escolar.
Muchos han sido los defensores de esta propuesta incluso con argumentos; en España el exministro Alvaro Nadal afirmó en el 2017 que tras la revolución tecnológica llegarían los fines de semana de tres días.
Lo mismo manifestó el empresario Mexicano Carlos Slim al declarar que era mejor organizar una semana laboral de tres días con jornadas de 11 horas; para dedicarle el resto del tiempo a la familia, al estudio o la recreación.
En Nueva Zelanda algunas empresas se atrevieron a realizar el experimento de suprimir (durante tres meses) el día viernes como día laboral sin tocar los sueldos. Esto dio como resultado que los empleados fueran más eficientes, más puntuales y más felices. Al finalizar la prueba los empleados aseguraban tener mejor equilibrio entre su vida laboral y personal y su estrés se redujo ocho puntos.
Para hacer el mismo trabajo en menos días, el personal de Nueva Zelanda diseñó varias iniciativas para ser más eficientes y productivos, como la automatización de procesos manuales o la reducción del uso de Internet que no estuviese relacionado con el trabajo, además de celebrar reuniones de 20 minutos en lugar de reuniones de 2 horas.
La pregunta es si los trabajadores y los empresarios estarían dispuestos a un cambio de mentalidad que supone, pensar que en cuatro días se pueda realizar el trabajo que se hace en cinco.