
No es la primera pandemia que nos azota. Tenemos un lado frágil, que ha padecido más muertes que en todos los conflictos bélicos y, sin embargo, poco es evaluado y divulgado por los historiadores. Más les ha interesado a algunos escritores que incluyen tales pestes en sus obras literarias y narran la manera como sus personajes afrontan los males apocalípticos.
Entre las pandemias letales que ha padecido la humanidad figuran: la viruela con 300 millones de víctimas, el sarampión con 200 millones, la gripe entre 50 y 100 millones, el VIH con 25 millones, el tifus con 4 millones y el cólera con 3 millones.
A finales de la colonia nuestros valerosos patriotas no sólo padecieron los fusilamientos de la reconquista española, sino también los estragos de la viruela traída al continente por los soldados realistas. A finales del siglo XIX, a la par de las guerras civiles y los tumbos de la modernización del Estado republicano, el cólera produjo muchos estragos en la población, tantos que la pandemia letal se llegó a disfrazarla con un mal de amor.
A Florentino Ariza y a Fermina Daza, en su idilio en barco, “por la noche no los despertaba los cantos de sirena de los manatíes en los playones, sino la tufarada nauseabunda de los muertos que pasaban flotando hacia el mar”. Lo cierto es que dos siglos después del cólera, el coronavirus, la pandemia que amenaza en los colegios, en las carreteras, que ancla en los puertos y se multiplica en los aeropuertos, pone a prueba la eficiencia y resistencia de la Administración de Salud Pública.