Lamentablemente los colombianos quedamos enfrascados en una discusión bizantina generada por el comparendo de ochocientos mil pesos por la compra de una empanada en el espacio público y no miramos que la raíz del problema es otro.
No podemos negar que las ventas ambulantes suelen invadir el espacio público y causar molestias, que es cierto la competencia que estos vendedores representan para otros locales pequeños que sí hacen todo según la ley, pero tampoco se puede negar que las medidas inmersas en el código son demasiado duras en un país donde las oportunidades laborales no están a la orden del día.
Colombia necesita más orden y mover su economía hacia la formalidad y no seguir permitiendo la informalidad como medio de vida para más de la mitad de los compatriotas que viven de eso; la informalidad.
Sí, se podría decir que el escandalo es justificado, pero no nos podemos quedar en eso sino hacer el análisis y llegar más a fondo para solucionar de raíz el problema como debe ser.
El tema de fondo, no obstante, no son las empanadas, ni si la Policía está invirtiendo bien sus recursos en perseguir a quienes las compren. La pregunta es por qué la venta ambulante persiste pese a los intentos por controlarla.
Y la respuesta no puede ser otra que es la falta de incentivos suficientes por parte de los vendedores ambulantes para vincularse a la economía formal, esa es la verdadera y cruda realidad del problema.
Erradicar de manera total a los vendedores ambulantes tampoco es la solución de problema de manera inmediata, puesto esto generaría el aumento desmedido del desempleo en el país y privar a estas personas de un mercado que existe – ya sea de empanadas, tinto, dulces o lo que sea- y que es la única manera que tienen hasta la fecha de subsistir.
Por mucho que se quiera aplicar la norma, quiérase o no los espacios públicos van a seguir siendo invadidos mientras no exista por parte del Estado una verdadera política de empleo que le pueda permitir a la gente ganarse el sustento diario para poder vivir.
La solución no es, como en el pasado, trasladar todas las ventas ambulantes a un lugar particular de la ciudad; eso es no reconocer que lo determinante en este asunto es poder, en efecto, vender a un público que quiere el producto que se ofrece.
Una vez se hayan adoptado las medidas que se requieran para formalizar a los vendedores, con reglas claras para la utilización del espacio público, el trabajo de la Policía será perseguir a quienes continúen en la informalidad, antes no.