Muchos colombianos, miles y miles, quizás millares, han perdido la conciencia moral y espiritual. O, nunca han tenido la conciencia de pecado. Se han familiarizado tanto con el pecado que ya ni perciben que pecan. Es como si usted es obligado a estar en un recinto absolutamente hermético y percibe permanentemente un mal olor, algo tan fétido! Y, entonces, se ve obligado a soportar tan horrible olor, finalmente se acostumbra y ya ni lo percibe. Si alguien entra y rechaza con vehemencia tan inmundo olor, quien está allí encerrado exclamará: -pero, ¿cuál mal olor?.
Se acostumbró al mismo. Algo similar le pasa al pecador empedernido, le repugna, de alguna manera, la honestidad, la ética y lo moral. Se van untando de esos aspectos sociales nocivos: vivir de lo fácil, todo lo que ven fácil lo aprovechan todo lo que le ofrezcan; aproveche el mínimo tiempo, porque esas oportunidades no se las dan a cualquiera……. Lo más grave de todo esto es que el bandido nunca reconoce que ha fallado, si acaso, han fallado los otros. Es decir, tras de bandido, pechugón. Son personas cínicas, desvergonzadas. Lo mínimo que se le puede pedir a un bandido es que reconozca su pecado. ¡Qué ironía!, -algunos de “nuestros bandidos” se presentan como modelos de honestidad y viven criticando la corrupción de los otros-, le lanzan piedras al techo del vecino cuando el suyo es de vidrio. ¡Qué horror! El llamado “buen ladrón” del Evangelio, por lo menos se arrepintió, reconoció su maldad y pidió perdón, por ello ante su postración le respondió el Inocente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. El otro, asumió las consecuencias.
En las redes sociales aparece el arrepentimiento y vergüenza del ex viceministro de Trasporte e Infraestructura Vial, involucrado en los sobornos y “mermeladas o compotas” del enorme consorcio brasileño Odebrecht y quien fue condenado, después de un largo proceso a cinco años de prisión y dijo entre otras cosas: “Hace más de siete años me tocó enfrentarme a la decisión moral y profesional más importante de mi vida hasta ese momento. Tuve la oportunidad de tomar el camino correcto que, aunque lleno de dificultades, me hubiera llevado a un mejor destino, pero no lo hice, tomé el camino equivocado. A pesar del esfuerzo, la educación y el ejemplo de mis padres, y de los esfuerzos propios en educarme, a pesar de tener una hermosa familia que me llenaban la vida. A pesar de todas esas bendiciones me dejé llevar por un impulso enfermo y cedí ante la tentación de una propuesta perversa, como aquél que perdí el horizonte ético y moral y desprecié la felicidad verdadera por las falsas promesas de la felicidad material … Hoy se desprecia y se arrepiento por haber sido esa persona que tomó ese camino. Se aflige y apenado por el daño que causo y asumió las consecuencias derivadas de sus actos, con la única esperanza, firme convicción y propósito de reparar, en lo que esté a su alcance, a los que sufrieron o se vieron afectados por sus errores”. Lo fundamental como persona ética es no perder el camino decente que en familia y sociedad hayamos construidos.