Como no había luz eléctrica, las calles solo eran iluminadas parcialmente por las linternas a petróleo que colgaban en la puerta de las casas lo cual se hacía entre seis y media de la noche y las nueve a mas tardar, dado que a esta hora todo el mundo, adultos y niños se iban a la cama.
Los muchachos entre los quince y los veinte años, en parejas salíamos a caminar por las tres calles que tenía el pueblo; eran tiempos en que ver a dos jóvenes andando juntos, no despertaban sospecha de que fueran “del otro equipo.”Todo lo contrario, la gente, los mayores, consideraban que si aquel par de muchachos andaban juntos, era porque les unía una amistad íntima y por lo tanto gozaban el estar juntos para conversar lo que no podían hacer en la escuela. Luis y yo éramos dos buenos compañeros y amigos desde que comenzamos nuestros estudios primarios.
Luis María y yo, teníamos muchas cosas a fines además de ser de la misma edad, en la escuela éramos considerados los mejores alumnos, los dos emulábamos en conocimientos, éramos consultados por los demás alumnos y el maestro orgullosamente nos llamaba cuando llegaba un funcionario mandado por el Ministerio de Educación para que demostráramos ante aquel funcionario, cuan alta era la enseñanza en el colegio.
En las noches a eso de las siete, nos reuníamos en el atrio de la iglesia, allí sentados en las graderías entablábamos nuestra charla que consistía en referirnos, casi siempre, las mismas cosas siendo el punto principal nuestros enamoramientos de las dos chicas más hermosas que tenían la misma edad de nosotros, que estábamos entre los diez y doce años. Una de ellas, María pertenecía a un estrato medio, pero era bellísima.
La otra niña, de clase alta, Helena tenía un parentesco muy cercano con Luis, y como era costumbre entre los pertenecientes a dicha clase, se enamoraban y terminaban casándose entre ellos con el objeto de que el apellido no se perdiera y, como eran considerados los ricos, cuidaban mucho los mayores de que los haberes fueran heredados entre familia y no fueran a caer entre aquellos “casa fortuna” que no dejaban de haber muchos; esto se decía mas difundido por aquellos que sin luchar por conseguir esposase con una de las hijas de los llamados ricos, acudían a las habladurías chismes y hasta calumnias.
Llegado el año de 1941 mis padres resolvieron mandarnos para Cartagena a estudiar a mi hermano Calixto y a mí, naturalmente la amistad entre Luis y yo, se vio truncada, mas no terminada, puesto que intercambiábamos correspondencia por lo menos una vez al mes, antes de partir para Cartagena, durante muchas noches de paseos le hice hincapié a Luis, de que no dejara de informar a María, que no la había olvidado; lo que es más, en los primeros meses de mi ausencia, en mis cartas a Luis siempre incluía uno o dos párrafos dedicados a María recomendándole- como lo habíamos acordado – que no dejara de darme razón de ella.
En un pueblo de cincuenta casas no había secreto que no se revelara, a conocimiento de mis padres llegó la noticia de que yo le escribía cartas a Luis para que se las entregara a María, de hecho ellos – mis padres – consideraron que aquello no estaba bien porque ello distraía mi atención e interrumpía mis estudios.
Como consecuencia, ya no pude mandarle más razones a María y como en esos años nos íbamos para la ciudad Heroica en Febrero y regresábamos en Noviembre, ya sin ningún medio para mantenerme en comunicación con María, Luis consideró que debía reemplazarme del todo.
En el año 1947 en pleno 11 de Noviembre, me dio un ataque de apendicitis, llevado de emergencia al hospital Santa Clara, me operaron, como en esa época al operado se retenía hospitalizado por ocho días, hice una escara debido a la posición en la que estuve durante esos ocho días, con la úlcera sin sanar me fui para mi pueblo.
Festejaban la fiesta de San Andrés patrono del pueblo, yo no podía bailar, sin embargo asistí a un baile que se verificaba en la casa de mi tío Paulino y mi tía Teolinda, sentado en una silla especial contemplaba a las parejas que se divertían de lo lindo. Yo les aplaudía hasta el momento en que vi que Luis y María bailaban apretaditos, conversaban con rostros de felicidad; no pude resistir más, pedí que me regresaran a mi casa. Mi amigo a quien tanto le había recomendado el cuidado de la chica de mis amores, me había traicionado; Luis y María se habían ennoviado.