Es común escuchar hoy día sobre la crisis mundial y también es frecuente, incluso en personas con cierto nivel de formación académica, referirse a ella como si fuera igual para todas las naciones, en especial cuando se mencionan problemáticas como el calentamiento global, la discriminación, hasta la pobreza; sin embargo, la realidad es otra. No es posible comparar ni las causas, ni los efectos y menos las opciones de solución, cuando se trata de países desarrollados, a cuando se alude a las naciones marginadas; la recesión de una economía como la norteamericana o la japonesa para mencionar dos ejemplos, tiene su origen en el poderoso aparato económico que las respalda, porque los niveles de producción que alcanzan desborda el mercado interno de su país y no siempre logran ubicar los excedentes en otras economías; así mismo es tal el nivel de acumulación de capital, que brincan de bolsa en bolsa persiguiendo nuevas utilidades, mediante el mecanismo de la especulación, que consiste en succionar riquezas generadas por otros a costa de dejar tras de sí pobreza y marginalidad.
La crisis económica de países como el nuestro, la del mundo en el subdesarrollo, proviene de las enormes carencias que ocasiona un aparato productivo raquítico, tanto en el agro como en la industria, supeditado a la financiación extranjera que pone o quita según su conveniencia, sin importar las necesidades o prioridades de los habitantes de la región en donde pone sus garras. Si en los primeros escasea el trabajo es porque se desacelera su funcionamiento, mientras en los segundos es porque no hay empresas que lo ofrezcan; los problemas ambientales en el mundo desarrollado obedecen a la complejidad de sus factorías, pero disponen de recursos para atenderlos, mientras que el tercer mundo destruye su hábitat por la sobre explotación de sus recursos naturales, los que pierde sin obtener ingresos que remedien la devastación a la naturaleza y a la población.
Los países ricos disponen de recursos para atender con calidad y cobertura a sus pueblos en materia de educación y salud, construyen infraestructura básica para el confort de sus sociedades y para hacer sus economías competitivas; cuando optan por hacer de estos derechos un negocio, provocan discriminación entre sus pobladores, pero quien mantenga ingresos en la repartición de su elevado PIB, accede a ellos. El panorama de los países pobres es otro, millones reciben si es que tienen suerte, educación y salud de mala calidad, por la vía de un servicio subsidiado como el Sisben, a falta de trabajo deben conformarse con la limosna de familias en acción u otro programa de contención, que termina por envilecerlos y encadenarlos a algún politiquero que les asegura la inclusión en el sistema. Los primeros pueden manejar los requisitos de la OCDE porque establecen condiciones de relación entre iguales, a los segundos les significa únicamente subordinación, que perpetua su dependencia y mantiene sus economías en el atraso.