Ahora le toca a Latinoamérica vivir el horror y la desesperación de millares de migrantes que huyen de la pobreza. Miles de Hondureños, los más pobres de los pobres, abandonados de Dios y de los hombres, de una Centroamérica arruinada, decidieron espontáneamente, tomar camino hacia “el sueño americano”; único sitio de la América grande, que perciben como signo de progreso. Igual a como lo hemos visto durante los últimos años en Europa. La diferencia con el pasado era que la migración desde los países pobres hacia los países ricos se daba a cuenta gotas. Porque el fenómeno es antiquísimo: diríamos que es consustancial con el mundo colonial primero y, neocolonial después que, dio origen a la era moderna. La riqueza de Europa y de los Estados Unidos, los representantes por excelencia del mundo desarrollado, se alcanzó, inicialmente, con el saqueo de las riquezas naturales y, después, con la explotación de los nacientes mercados de los países de la periferia. Esa es la historia, en los últimos 500 años de África, Asia y América Latina. La mayor parte de Asia, durante el período de descolonización, se sacudió a los imperios occidentales y hoy los confronta de tú a tú.
La parte culminante de este período histórico, ha sido el régimen neoliberal: el libre comercio impuesto a la brava al mundo entero para satisfacer la voracidad insaciable del capital financiero parasitario. Porque esta es una globalización que solo le sirve a ese poderosísimo señor, a los demás, a través de normas y prácticas comerciales desiguales y ventajosas, nos excluyen de toda posibilidad de progreso. Esa telaraña sutil, sinuosa, intrincada, que nos enreda hasta la asfixia económica, social, cultural, ambiental…, nos niega el bienestar, la satisfacción de las más elementales necesidades sociales. Sobre todo, porque nos cercena el derecho al trabajo, nos niegan la posibilidad de brindar a nuestros pueblos el trabajo fuente de crecimiento personal, familiar y social.
Sociedades sin desarrollo autónomo, soberano, independiente, sin fuentes de trabajo propias, ahogados por la pobreza, dirigidos por unas élites corruptas y antinacionales que se han prestado para el trabajo sucio de crear sistemas de saqueo de los que obtienen pingües ganancias, no pueden producir nada distinto a la desesperación, la anarquía, la descomposición y la violencia. De que se extrañan, entonces, porque miles de “condenados de la tierra”, de los que hablara Frantz Fanon por allá en la década de los 70 del siglo pasado, migren, a cualquier precio, hacia las sociedades avanzadas, como los Estados Unidos.
Los miles de migrantes que llegan a diario a Europa desde Asia, África y América Latina, que igual buscan el sueño americano, se van a volver decenas y centenares de miles, con el correr de los años. No nos han dejado opción. El mundo de las desigualdades extremas, donde los superricos, menos del 1% de la población mundial se adueña del 90% de la riqueza que se crea anualmente, es el causante de todos nuestros males. Quién no lo quiera ver, cierra sus ojos, pero imágenes impresionantes y desgarradoras como las que estamos viendo por estos días no nos dejan olvidar algo que nos atañe directamente.