Hoy es lugar común mentir. La mentira es la salida más rápida a cualquier situación. La mentira es la carta de presentación del demonio, éste es el padre de la mentira. Nadie reconoce que yerra, el mentiroso es tan cínico que hace alarde de honestidad y trasparencia. Es el descaro de la inmoralidad, tras de ladrón, bufón.
Desde el hogar se le enseña al niño a mentir: la excusa médica para tapar la ida a un paseo, cuando timbra en casa alguien que viene a cobrar, el papá le dice al niño, -diga que no estoy-. Se miente en el ambiente escolar, laboral, deportivo. Lo más grave de todo es que nos hemos acostumbrado a la mentira: la rechazamos en los demás cuando nos mienten, pero la aplicamos cuando nos conviene. La mentira oculta un pecado, un delito. La persona llana, diáfana reconoce que ha errado, se siente avergonzada por el error cometido y ofrece o presenta todas las excusas de rigor. La persona que se avergüenza es digna de confianza, pues aunque falla, no se acomoda a una cultura de mentira, la combate empezando por sí mismo. En todos los sectores se constata infortunadamente la locura de la mentira, pero es sobre todo, en el ambiente electoral, cuando más aparece la cultura de la mentira. ¿Por qué la gente es tan ingenua que se deja creer de todo? Falta sentido crítico. En lo negocios, sí que aparece la mentira, en esto hay cinismo, el avariento no conoce límites, si tiene que engañar a la propia madre lo hace.
El único fin de quien idolatra el dinero es ganar más; la sed de dinero es insaciable, hipoteca hasta su propia conciencia con tal de obtener jugosos dividendos. Por eso el avariento siente mucho temor a la muerte pues es la única batalla que pierde. Si pudiera negociar con Dios lo haría, no tendría ningún escrúpulo. El avariento y quien tiene ansia de poder no hace antesala, todas las puertas deben abrirse porque el dinero y el poder político lo pueden todo. Hay gente tan pobre, tan pobre que lo único que tiene es dinero.
Ellos no tienen dinero, el dinero los tiene a ellos. Por favor, no le enseñe a su hijo qué puede comprar con el dinero, enséñele más bien qué no puede comprar con el dinero. ¡Pobre hombre! ¡Qué valores tan pobres! ¿Qué se lleva usted para la tumba? A usted, entonces, no lo quieren por lo que es sino por lo que tiene. Hay gente tan sin conciencia que si tiene que hipotecar su alma al diablo lo hace. Oiga mentiroso: más fácil cae un mentiroso que un cojo, no hay nada oculto debajo del sol. Las fechorías que usted ha cometido amparándose en el poder económico o político, algún día se descubrirán. Además: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma? Camine con la frente en alto, ande siempre con la verdad. La verdad nos hace libres. ¡Cuántos adalides de la honestidad son sepulcros blanqueados, llenos de putrefacción por dentro! Po sus frutos los conocerán.