
Esta frase la escuchaba de mis padres cuando querían destacar que los buenos modales y el respeto hacia los demás, en especial a las autoridades, eran valores primordiales para la vida en sociedad, pero pareciera que expresiones como esas están en desuso. Me refiero a los actos vandálicos que se cometen al amparo de la protesta social.
La protesta goza de todas las garantías para que se realice como expresión de un estado democrático, pero sin violencia.
Las manifestaciones no pueden ser un pretexto para originar desórdenes y afectar la infraestructura de entidades, bancos y el comercio, mucho menos para agredir a la Fuerza Pública.
Los más afectados son los sistemas de transporte que sufren ataques vandálicos que le cuestan bastante a las ciudades, además de los miembros de la Policía, que en gran número son dispuestos para evitar desmanes y proteger a los ciudadanos.
Los actos en Bogotá por todos conocidos, donde prendieron fuego a un uniformado con una ‘papa bomba’, son desde todo punto de vista reprochables.
No son aceptables hechos criminales contra policías y militares. Así como exigimos el uso adecuado de la fuerza por parte de los organismos de seguridad, reclamamos respeto para las autoridades.
No se puede aceptar que estudiantes universitarios cometan actos de vandalismo.
La academia está llamada a generar transformaciones que nos permitan construir sociedad, rescatar valores de civilidad y respeto, no a propiciar la violencia, de la que ya estamos cansados los colombianos.
Si hay infiltrados en las protestas, deben ser desenmascararlos, labor conjunta entre las autoridades que adelantan las investigaciones y los ciudadanos que tienen el deber de denunciar a quienes están causando los disturbios.