A muchos que lean esta columna les recordaré que hoy es el Día Internacional de la Mujer. Pero no quiero preocuparlos de que individualmente vayan a escoger un perfume, buscar otro regalo y tal vez hacer alguna reservación para celebrarle el día a ella.
Ni que colectivamente recolecten para adornar con flores, llenar manteles, consumir botellas y tal vez contratar un mariachi. Si conjuntamente con ellas no hacemos una rememoración histórica solemne de la fecha y la reflexión sobre su discriminación en esta sociedad machista; les celebraríamos cualquiera de las acostumbradas festividades comerciales a las féminas.
El 8 de marzo es el único día donde se le puede reconocer su valentía al sexo femenino, pero tal vez la fecha esté borrada porque lastimosamente la historia también ha sido escrita con manos machistas.
Quienes hoy se rasgan las vestiduras de demócratas, olvidan que desde el mismo germen francés se defendió sólo los derechos del hombre. La paladina francesa Olympe de Gouges que asumió la dirigencia de las mujeres para que se unieran a las huestes varoniles que forzarían el palacio de Versalles, fue guillotinada el 3 de noviembre de 1794, acusada por Robespierre de “haber olvidado las virtudes de su sexo para mezclarse con asuntos de la república”.
El día de la mujer, organizado por docentes, no puede darle un matiz diferente a la conmemoración, porque fue precisamente Clara Zetkin, una maestra de escuela, quien reivindicó la fecha en 1910 en la II Conferencia Internacional de Mujeres en Copenhague, en honor a sus mártires.