Los recuerdos de mi estancia en las aulas de la escuela primaria, creo haberlos contado en anteriores columnas, sin embargo rebuscando en la memoria encontré datos que parecen insignificantes, pero que en realidad con recordarlos, no hago otra cosa que hacer una semblanza del clásico maestro de escuela de la época. Que para mi tienen un hondo significado por cuanto allí comenzó mi formación.
A pesar de mi edad, nunca olvido, mi primer día de escuela de la mano de mi padre el tamaño del asientico que cargaba él en una de sus manos y con la otra sujetaba mi brazo con el propósito de que no me fuera a caer, así llegábamos a la escuela que por cierto el local no quedaba muy distante de nuestra casa; una vez entrábamos al local, mi padre se sentaba en un taburete que recostaba a la puerta de entrada para observar a cada uno de los alumnos que iban llegando
Rigurosamente cada alumno al entrar daba los buenos días, debía detenerse mientras mi padre – el maestro – le observaba de pies a cabeza, especialmente las uñas de las manos para constatar que estuvieran bien recortadas y sin la más mínima presencia de mugre, seguidamente el alumno debía demostrar que en sus bolsillos del pantalón no llevaba nada que le fuera a distraer jugando, como bolitas de cristal o trompos, algunos se aventuraban y llevaban bolitas las cuales les eran decomisadas sin contemplación.
Cuando algún muchacho tenía las uñas sucias y largas, de inmediato le hacía regresar a su casa con una nota en la que le informaba a los padres el por qué le regresaba y le advertía que debía cortárselas y devolverlo a la escuela; aquellos que usaban los cabellos largos, debían llegar bien peinados; la mayoría sus padres les recomendaban al peluquero que les cortara el cabello al estilo militar.
No exigía a los estudiantes que estrenaran ropa nueva y mucho menos vestidos finos, pero eso sí, debían ir con ropa limpia, no había uniforme pero casi todos usaban camisa blanca, pantalón corto por encima de la rodilla – era la usanza – el calzado era, chinelas, cotizas o abarcas de rejilla o unas sofisticadas que vendían en el almacén de Don Jorge Amaya en Magangue.
Mi padre – el maestro de la escuela – siempre vestía pantalones color kaki, camisas manga larga de color blanco y zapatos de cuero color marrón que compraba en la zapatería Angulo, hechos a la medida. Nunca usó “cotizas” que hacía el Señor Antonio Schmalbach, único zapatero del pueblo.
El taburetico que mi papá llevaba para mí, lo colocaba a su lado, el ruido de los muchachos leyendo, porque estudiaban en voz alta, me servía de arrullo, así que a poco de haber comenzado las clases, yo caía en un profundo sueño del cual despertaba cuando mi papá me mandaba de vuelta a la casa con uno de sus alumnos ya mayores y de su entera confianza.
Creo haber comenzado ir a la escuela a la temprana edad de los tres años, en esa misma escuela, con el mismo maestro – mi padre – permanecí hasta la edad de 15 años cuando me mandaron para Cartagena a estudiar bachillerato el cual hicimos mi hermano Calixto y yo, en el Colegio Departamental anexo hasta 1941 a la Universidad de Cartagena, con el nombre de FACULTAD DE BACHILLERATO.