
Bienvenidos a otra edición del país más feliz del mundo, adivinen cuál… Sí señores, Colombia, en dónde nos hace falta nada y por lo mismo nos quedamos en casa en uno de los sucesos más trascendentales en la historia política de nuestro país. El día que nos dieron la oportunidad de romper con la olla podrida de la corrupción.
Pero como somos el país más feliz del mundo, al parecer estamos contentos con los sueldos de nuestros honorables y sacrificados congresistas, quienes día a día luchan por lograr el bienestar país.
Es una vergüenza que un país tan desigual como Colombia le haya dicho no a la única oportunidad de cambio que se ha presentado en los últimos años. Esto no se trata de concesiones políticas o de empatía con cierto gobernante.
No era una confrontación entre la izquierda o la derecha, por el contrario, era ir un paso más allá de aquellos que se han tomado como bandera desangrar el país. No estamos en Suiza u Holanda, estamos en el país que pierde 50 billones pesos por la corrupción.
Aunque la Consulta Anticorrupción perdió por la abstención y no porque el No se haya quedado con todos los votos, es cuestionable el sentido de pertenencia que tenemos por nuestro país.
Este no es el país más feliz del mundo, es el país de la inequidad y desigualdad, un país que desgraciadamente no se moviliza por causas reales, una nación que le ha entregado todo a los corruptos.
No sé cómo describir lo ocurrido este domingo. Me recuerda cuando el No ganó en el plebiscito por la paz, o lo ocurrido en las pasadas elecciones presidenciales. Sin embargo, quiero rescatar lo positivo de toda la jornada de votación.
Es claro que tenemos esperanza con esta nueva generación colombiana, los jóvenes tienen una visión diferente de país, pues son ellos quienes se han pronunciado exigiendo un cambio en la cultura política de Colombia.
Son quienes han aceptado nuevas formas de Gobierno, y mejor aún son quienes han cuestionado la política tradicional que tiene posesionados a los mismos desde hace décadas.
Aunque es desconcertante pensar que la consulta no fue aprobada por menos de 500 mil votos, es tranquilizante ver la indignación de aquellos que sí cumplieron con este ejercicio democrático.
El país más feliz del mundo está cambiando. El problema aquí es la manipulación pútrida de quienes están en contra de esta transición. El cambio tiene enemigos, ese enemigo tiene nombre y apellido, pero tengo la esperanza de que las nuevas generaciones podamos cambiar el rumbo político de este país.
El país más feliz del mundo perdió una oportunidad gigante para golpear el bolsillo de los corruptos, pero expuso el pensamiento de las generaciones venideras. Por un momento la estabilidad de los corruptos tembló, porque este movimiento gritó con fuerza que está cansado de las injusticias.