Desde el primer momento que vio el cuadro del pintor Fernando Botero, LA BAILARINA, se enamoró de la pintura y considerando la belleza de la mujer que había posado para el artista como modelo, le dijo a su compañero de visita al museo después de muchas horas de estar parado frente al cuadro y haberlo detallado de tal manera, se impresionó tanto, que le dijo. Amigo mío, ese es el tipo de mujer que he estado buscando toda mi vida de soltero – ya cuento con 46 años – y al no haberla encontrado en ningún país de los tantos visitados, había decidido permanecer soltero.
Se fue a la oficina de la Directora del Museo a pedirle toda la información que pudiera darle sobre la pintura, principalmente de su autor y sobre todo que le diera o le indicara la manera como ponerse en contacto con él, bien fuere por algunos de estos medios modernos de comunicación, o mejor si le daba su teléfono para hablar personalmente con el artista, y así obtener datos precisos donde pudiera encontrar a esa modelo que tenía todos los atributos físicos de esa mujer soñada.
La Directora del Museo con sobrado gusto le dio datos importantes, solo que le advirtió las pocas posibilidades que tendría para hablar personalmente con el artista, pues además de encontrarse trabajando en sus pinturas, por lo cual se mantenía muy ocupado, viajaba permanentemente a muchas ciudades del mundo en las cuales hacía sus exposiciones ya que su fama era mundial y su agenda vivía bien copada.
Ante tanta insistencia del caballero, la directora del museo le dijo que lo más probable, lo más seguro, era que viajara a una ciudad de Italia llamada Pietra Santa lugar donde el artista tenía sus talleres y pasaba gran parte del año trabajando; repito, -le advirtió – que él se la pasa exponiendo sus pinturas por las grandes ciudades del mundo, hoy puede estar el Paris, mañana en Tokio, al día siguiente en Berlín o Roma, así que no veía la cosa tan fácil. Que además ese viaje le saldría supremamente costoso y gastaría mucho tiempo, quizás hasta años y finalmente fracasar en su intento.
¿Bueno pero dígame -le preguntó la directora del museo – que es lo que ha visto en la pintura de esa bailarina de ballet que usted, hombre de mundo no haya encontrado en tanta mujer que ha tratado?
Las piernas – contestó el hombre – esas piernas corticas bien llenitas sin ningún pliegue ni mancha, yo me la imagino sentada a mi lado con ese mismo vestido de bailarina caminando alrededor mío; quizás me contentaría con acariciarle, pedirle que bailara en un solo pie con su faldita corta y yo reclinado en un sofá con una copa rebosante de un vino riojano.
Nuestro hombre una vez que salió del museo y sostenido aquella conversación, obsesivamente y sin tener en cuenta las advertencias de aquella buena mujer, vendiendo algunas propiedades que había heredado de su señor padre, recolectó el dinero que creyó suficiente y viajó a Italia. En Roma se estuvo los días suficientes para enterarse de cómo llegar a Pietra Santa, una vez ya bien informado emprendió el viaje a dicha ciudad; no sin antes averiguar cuáles medios de transportes eran los más baratos pues desde su llegada a Europa, se pudo dar cuenta que sus pesos colombianos convertidos a euros, no rindieron mucho y ello le obligaba a economizar lo más que pudiera.
Al ser informado que los medios de transporte entre Roma y Pietra Santa eran: por avión, tren o autobús, se fue a la estación de buses por ser el más barato, compró su tiquete y se embarcó sin advertir que aquel no era su bus, era Otoño y por ello al contemplar el multicolor de los árboles, unos de amarillo y otros de rojo y algunos ya sin hojas, por un instante embelesado por ese fenómeno de la Naturaleza, le entró una tranquilidad espiritual que sin quererlo se durmió despertando solo cuando el conductor del bus le advirtió que el viaje se había terminado.
Confundido al despertarse bien, advirtió que no había llegado a Pietra Santa sino a otra ciudad de Italia, así confundido, empezó a caminar por una inmensa estación de buses sin saber una palabra de italiano y menos de inglés; aún así no se amilanó, andando fue a dar a la cafetería de la estación, en una mesa observó que estaba sentado un caballero el cual él había visto en el bus; se acercó tímidamente al caballero pidiéndole permiso para hacerle compañía, lo cual el buen hombre aceptó pues en fin de cuentas consideró que le serviría de compañía mientras esperaba el bus que lo llevaría a su destino.
Ya instalado en la mesa, le habló a aquel haciéndose entender con ademanes y palabras en español, algunas palabras del poco inglés que sabía, de alguna manera ayudado por un mapa que guardaba en su maletín de viaje, le explicó que su destino era Pietra Santa aquel buen hombre desde ese momento se convirtió compadecido en su Ángel de la Guarda, quien le informó que se había equivocado de bus y se había embarcado en el que iba a Piza ciudad en la que estaban ahora, a 32 kilómetros de Pietra Santa, que él se dirigía también a la misma ciudad de su destino, desde ese momento CRYSTINO – nuestro hombre del relato – no se desprendió del que consideró su Ángel de la Guarda.
Fue así como llegó a la ciudad italiana donde el pintor colombiano tenía sus talleres de escultura y pintura, el sujeto que le había conducido a dicha ciudad, una vez se desembarcó del bus se esfumó, Cristino se vio perdido en aquella estación de buses tan inmensa, pero en su afán por completar su aventura como era la de preguntarle al pintor por la modelo que había posado para su pintura de la bailarina de ballet, andando por la estación, vio que venía caminando en sentido contrario un hombre que por su físico le pareció que se trataba de un mexicano, por su exuberante bigote.
Efectivamente el hombre era de Aguas Calientes ciudad mexicana, al abordarlo le preguntó si sabía italiano, a lo cual le contestó con ese dejo típico de su país. “EL DEL GASTO… El buen hombre le condujo a un lugar donde había una cabina telefónica, Cristino sacó de su bolso un papelito en donde había anotado el teléfono de la oficina de Botero; hicieron varias llamadas hasta conseguir el contacto. Al otro extremo de la línea contestó la llamada, una voz dulce bien timbrada que le llenó a CRISTINO el corazón de júbilo.
Entusiasmado le hizo seguidamente y sin más rodeos la pregunta si le era posible hablar con el pintor, la joven como era natural le hizo varias preguntas entre otras, su nombre, de donde venía, su nacionalidad y que quería. Cristino contestó todas las preguntas y fue entonces cuando la joven le dijo que el pintor Botero había salido una semana antes a inaugurar su exposición en la ciudad colombiana de Medellín. El desconcierto de Cristino como era de esperarse, fue inmenso puesto que para hacer un viaje tan largo, haber vendido las pertenencias que le había dejado su padre como herencia, gastado casi todo el dinero que llevaba que a duras penas le alcanzaría para el regreso a Colombia, ahora la realidad era que el motivo de su viaje había terminado en un rotundo fracaso.