La ciudad y el país, al igual que buena parte del continente, se aprestan a una de las celebraciones más tradicionales: el homenaje a las madres.
La conmemoración, que fue oficializada por los Estados Unidos en 1914 para el segundo domingo del mes de mayo, se ha adoptado en muchos lugares del mundo con la consecuente connotación comercial en torno a la oferta de bienes y servicios cada vez más amplia en torno a la fecha.
Por millones de años las madres han traído al mundo a los hijos y mientras crecen en su regazo y bajo su cuidado han enfrentando como verdaderas leonas circunstancias como el hambre, la enfermedad, la violencia y la defensa de la vida misma. Han alternado sus tiempos entre la comida, la educación, el cuidado de los suyos y el trabajo.
Argumentos suficientes para soportar el reconocimiento a quien ha contribuido por generaciones a la preservación de la familia y la vida.
Por eso es contradictorio y triste recordar una vez más que en nuestro medio esta celebración representa desde hace algunos años una alerta para los trabajadores del sector salud y las autoridades responsables del tema de la seguridad.
Tristemente el Día de las Madres, al igual que celebraciones como el fin de año ha registrado unas cifras de violencia y accidentalidad preocupantes sobre las que hay que recabar y llamar la atención.
La invitación por eso es a celebrar, si es la tradición o el deseo, con prudencia. El gran detonante de esta situación es el licor, que nunca falta en torno a la fiesta. Por cuenta de éste muchos Días de las Madres han terminado en una verdadera tragedia al día siguiente.
El deseo es que la resaca de la celebración no se convierta en un doloroso amanecer en medio de accidentes de tránsito, conflictos, violencia y muerte; hagamos honor al amor que representan las madres, la paciencia, la tolerancia, la vida y la entrega infinita hacia sus hijos.
Celebremos en familia, con tranquilidad y mucho amor, la bondad infinita que caracteriza a una madre.
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Muchas madres no celebrarán este fin de semana en medio de la alegría del homenaje que la sociedad tradicionalmente les ofrenda, seguirán llorando sus hijos desaparecidos, secuestrados, muertos y asesinados por el horror de absurda guerra y la violencia en general, que azota a las grandes urbes. En su corazón habrá mucho dolor pero también esperanza. Una madre siempre sabrá perdonar y por eso nunca entenderá por qué no podemos parar este sino trágico y ya histórico.