Los primeros resultados del censo traen enormes sorpresas y, cuando se consoliden, producirán efectos muy importantes a mediano y largo plazo. El más significativo: estamos más cerca de ser cuarenta que de ser cincuenta millones de habitantes. El 20% menos de lo pensado, lo que cambia el valor estimado del ingreso per cápita que ya no es de seis mil dólares sino de siete mil doscientos por habitante, mucho más cerca de ser un país económicamente desarrollado.
Se confirma que estamos altamente urbanizados; el 77,5% de la población vive en conglomerados urbanos y eso facilita la prestación de servicios como la educación, la salud y saneamiento básico. Estamos a punto de erradicar completamente el analfabetismo, los años de escolaridad han aumentado dramáticamente, el nivel de educación de las mujeres ha mejorado frente al de los hombres y las tasas de supervivencia son comparables a las del mundo desarrollado a pesar de la violencia. Nos estamos envejeciendo.
Para el 2050 el 21% e la población será mayor de 65 años y eso obligará a modificar las normas sobre pensiones, a crear escenarios de recreación adaptados para los viejos. Si somos menos habitantes, el déficit de vivienda es menor de lo previsto, pero a la vez, la conformación promedio de los hogares con tres personas, requiere de más unidades y menor área. Miles de hogares son unipersonales y muchos viven bajo el sistema de arrendamiento de cuartos o viviendas compartidas, a eso hay que pararle bolas.
El censo por la forma en que se diseñó y las dificultades que tuvo no será confiable al 100% en sus datos, pero es un indicador que deberá ser tenido en cuenta para el diseño de las políticas de Estado, y claramente, por los empresarios para abrirse a los nuevos negocios que saldrán del cambio en la distribución de las edades de la población y su mejora en los ingresos. Un dato final muy halagador: la riqueza total del país por habitante se estima en 129.289 dólares. Nada despreciable.