El comienzo de año significa cubrir diversos compromisos que son ineludibles: las matrículas de los hijos ocupa preponderancia; después el impuesto predial, que crece por encima de los ingresos; también está el impuesto del vehículo, dejar acumular el rodamiento del carrito significa ponerlo a riesgo, hacerse impagable y de embargo. Hay que asumir el reajuste de los servicios públicos que también crece por encima de los ingresos. Y el reajuste de los artículos de primera necesidad, o canasta familiar, que tienen que asumir la reforma tributaria (Ley de financiamiento, por sus siglas en uribismo); el ajuste del transporte, que en mi ciudad el año pasado por obra y gracia del Alcalde fue reajustado en dos oportunidades, cada vez en más del 10%, lo que favoreció el negocio en más del 20% sin que tuvieran que mejorar la calidad de los vehículos ni la calidad del servicio.
Al anterior panorama, agréguele la inseguridad. También los ladrones se han destapado en el rebusque, como nos toca a todos para medianamente cubrir nuestras necesidades. Con vergüenza tenemos que manifestar que a ellos tampoco les va muy bien porque las señoras, sus principales víctimas, no cargan efectivo en cantidades significativas: lo del transporte, lo de tomarse un jugo con su comadre o lo de pagar un arreglo de uñas; las tarjetas Débito y Crédito son pérdida de tiempo porque inmediatamente hurtadas, mediante llamada telefónica son bloqueadas por las entidades financieras, y los documentos personales hacen un problema para el titular porque tiene que asumir el trámite que debería ser más expedito y sin ningún costo. Los celulares hurtados son vendidos por precios irrisorios, que a duras penas les alcanza para un par de cigarros de marihuana o de bazuco.
Algunos afectados manifiestan que pareciera que los policías están de vacaciones. A veces no se consigue uno en la calle. Los cuadrantes no funcionan como debe ser. Como las ganancias de los ladrones son escazas tienen que redoblar su esfuerzo, roban aquí y allá. Atracan casas, roban negocios, asaltan a las señoras en la calle, asaltan a vehículos de servicio público, roban motos, roban en el campo y la ciudad.
Pero lo más desmotivador, para la ciudadanía y para la misma fuerza policial es el sistema de justicia: un delincuente es dejado en libertad en forma inmediata por jueces y fiscales. Comenta un patrullero de la policía: “Hacemos un gran esfuerzo por ubicar y capturar a los ratas sinvergüenzas, de nuestro bolsillo sacamos fotocopias del informe de la captura y del delito, pero pasadas una o dos horas un Juez los dejan en libertad. Entonces sentimos que perdemos el tiempo; que nuestro esfuerzo es en vano”. Es decir, ¿sino no hay autoridad, sino hay sanción ejemplarizante para los delincuentes, a dónde vamos a parar los ciudadanos? Y olvidémonos de las cárceles: ¡Son escuela y nido del delito!, de allá sale la mayor cantidad de extorciones. El sistema carcelario colombiano es un lugar de vacaciones para el delincuente.