Conviene recordarles amigos lectores que estos nombres corresponden a los animales que mi madre crió en la casa con patio enorme y bien cercado para que estos, entre patos, gallinas, pavos, perros, gatos, una guartinaja y su adorado loro; donde gozaban de toda libertad, vivían protegidos de todos los posibles peligros.
Como les contaba en columna pasada, al mudarse la familia entera para la capital municipal, mamá lo primero que recomendó fue que no le fueran a dejar ninguno de ellos, puesto que todos gozaban de su especial cariño; así fue como mi padre redobló los cuidados para recogerlos y trasladarlos con toda la delicadeza y cuidados sin causarles el mínimo maltrato.
Al hacer el cambio a la casa que alquilamos en la capital, no tuvimos en cuenta que carecía de un patio grande y bien protegido de cualquier depredador que intentara mortificarles y mucho menos causarles la muerte.
En esta nueva morada la primera en morir fue “Felipa” la guartinaja, no acostumbrada a vivir en recintos tan pequeños, sin que nadie lo advirtiera, un día se escapó por la puerta de la calle sin conocer el vecindario y mucho menos la ciudad, no advirtió o ignoró que en esos momentos pasaba un carro que la atropelló quedando muerta instantáneamente, fueron los vecinos quienes dieron a mi madre el aviso del fatal accidente.
Al trasladarse la familia para el centro a una casa de dos pisos, “Pachito” el perro acostumbrado cuando vivía en el pueblo a corretear las gallinas, sin causarles daño, y saltar para capturar las palomas y pájaros que por allí volaban, asomado al balcón que daba a la calle, al notar que por allí volaba un pájaro, saltó tras el con tan mala suerte que cayó sobre la calle pavimentada y se aplastó la cabeza.
La suerte de “Telémaco” fue distinta, este Loro parlanchín que se volvió un serio problema para la casa, siempre protestó el que se le mantuviera enjaulado, su sitio preferido era una ventana en la cual se instalaba bien temprano dándole los buenos días a todo el que veía pasar; enriqueció su vocabulario no solo con buenas y corteses palabras y hasta canciones, sino también con obscenidades que ruborizaban a cuantos le escuchaban.
Es tan larga la historia de “Telémaco” – el loro – e igual de interesante, que voy a dedicarle la próxima columna totalmente para poder así, transcribir cada una de sus travesuras, solo les adelanto que mi mamá se vio en la necesidad imperiosa, de obligarlo contra su voluntad y ante las protestas del loro, que recluirlo en un cuarto oscuro a pan y agua.