De los doce años que viví en Cartagena como estudiante, al decir verdad nunca lo fue en pensiones; pues nuestro hermano Benjamín a mi hermano y a mí desde el primer año nos llevó a vivir con su mamá que se encargó de nuestro hospedaje y alimentación; después de dos o tres años, Benjamín formalizó su hogar y por supuesto, nos llevó a vivir con ellos.
Por motivos que solo los conyugues saben, Benjamín y Rosalba – que así se llamaba la esposa – se separaron y nosotros sus huéspedes fuimos a parar a Turbaco; desde allí salíamos todos los días de lunes a sábado en el bus del señor Altamiranda a las seis de la mañana. Vale la pena hacer aquí un pequeño paréntesis, para decirles quien era dicho señor.
Este caballero manejaba su propio bus – una chiva – su único patrimonio, tenía fama de manejar irresponsablemente por la carretera de ese entonces que tenía muchas curvas peligrosas, de manera que viajar con él, era embarcarse en el vehículo de la muerte; para nuestra fortuna en el corto tiempo que hicimos el recorrido no tuvo accidentes, y solo unos quince días después de nosotros haber dejado de ocupar sus servicios, se accidentó muriendo él y todos y sus pasajeros.
Bien, mientras vivimos en Turbaco solo regresábamos en la tarde, Benjamín consiguió que Nacha dueña de la pensión de su nombre, en Cartagena, nos proporcionara el almuerzo. En dicha pensión vivían estudiantes de últimos años de medicina, derecho, química y farmacia, abogados litigantes, magistrados del Tribunal de Cartagena. De manera que mi hermano y yo, simples estudiantes de bachillerato, éramos considerados o así nos hacían sentir, insignificantes parroquianos.
Tanto era así, que solo nos sentábamos a la mesa después que todos aquellos personajes terminaban de comer, por lo mismo las sopas que nos servían, eran tan claras que se veía el fondo del plato, arroz de baja calidad que nosotros mezclábamos con la sopa, un hueso con algo de carne que devorábamos hambrientos.
Para nuestra fortuna como “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” milagrosamente la familia Cerro-Benítez parientes cercanos nuestros, se vinieron de Magangue a vivir a Cartagena; como eran tantos, alquilaron todo el tercer piso* de un caserón situado en la calle Primera de la Magdalena, barrio de Getsemaní, donde acampamos mi hermano y yo terminando con nuestro vaivén, porque allí finalizamos nuestros estudios profesionales. Calixto y María, hija del matrimonio Cerro-Benítez se ennoviaron, casándose más tarde.
*Este tercer piso lo inmortalizó el médico escritor, Álvaro Monterrosa Castro en su novela:”ELVIRA MI REINA ESTUDIANTIL FOREVER. Primera edición Mayo de 2011.