En cualquier momento de la vida es bueno detenernos y reflexionar sobre nuestra presencia en este mundo. Lo que hagamos o dejemos de hacer tendrá repercusiones personales, pero si sumamos cada individualidad, obtendremos la eficiencia de la sociedad. No necesariamente todo puede ser indicadores económicos: hay personas que producen grandes beneficios, así no obtengan mucho dinero. Pero, dentro de ese ecosistema humano, cumplen un nicho importante para arrojar resultados.
Cuando avanza una buena parte del año la gente se empieza a preguntar qué tanto ha sabido aprovechar el tiempo; cada día es una oportunidad para la creatividad, los negocios, el estudio, la protección del ambiente, el crecimiento espiritual, el amor a la familia. No obstante, lo dejado de hacer es una oportunidad perdida que no se recuperará porque está representado en días de la vida que no se reponen como un vaso de agua.
En muchas ocasiones se hace referencia al éxito cuando está mediado por el dinero, olvidando que para obtenerlo hay mecanismos morales e inmorales, por lo tanto es necesario que cambiemos nuestra escala de valores, estableciendo como prioridad el humanismo, el mismo que es resultado de miles de años de evolución de la especie humana.
Desafortunadamente, el capitalismo salvaje, el consumismo, la ambición desmedida, las ansias de poder, el dominio de unos sobre otros, nos ha llevado a despertar un Leviatán en nuestro fuero interno, que nos destruye a sí mismos y a los demás. Desgraciadamente, y la historia lo dice, la humanidad requiere del caos para re direccionar su destino.
Nuestra condición de ser pecadores confesos nos lleva a manejar la doble moral: hoy hago el mal y mañana pago las indulgencias. ¿Qué explicación le damos a un niño cuando nos indaga por la destrucción del ambiente? Es una respuesta difícil de darla, si de verdad queremos ser coherentes con la realidad.
No sólo el ser humano, sino todas las especies animales y aún vegetales y microbianas, mutan hacia formas de adaptación que les garantiza la supervivencia, y se vuelven más resistentes como las bacterias perniciosas frente al antibiótico.
En 1901 el fisiólogo ruso Iván Pávlov desarrolló una investigación que le mereció el Premio Nobel. Se trata de la ley del reflejo condicional.
Experimentó con perros a los cuales les hacía sonar una campana y luego los alimentaba; lo repitió tantas veces que los canes salivaban con el sonido de la campana aún sin alimento. Esto sirvió para determinar la teoría conductista en los seres humanos y la causa de múltiples enfermedades.
El estudio de Pávlov se ve reflejado en los seres humanos en una relación de comportamiento y el ambiente que nos rodea. Vivimos de manera permanente con un reflejo condicionado frente al transcurrir del tiempo. Al principio del año nos ‘fresqueamos’ un poco, pero con el transcurrir de los meses empezamos a pisar el acelerador.
Otro tanto ocurre cuando la gente piensa ansiosamente en cuándo llegará el fin de semana, el fin de año, quieren que pronto llegue la Navidad. Y no son pocos los que viven pensando en cuándo llegará el día de su jubilación para dedicarse a descansar, pero resulta que el tiempo del esfuerzo y la dedicación y el placer son marcados por un reloj que marcha a la misma velocidad. Por eso no es de extrañarse que algunas personas envejecen más rápido que otras.
Todos debemos vivir nuestro tiempo gozando por igual si es lunes o es viernes, si se empieza el año o finaliza, si estamos en el trabajo o en la disco. No importa lo que hagamos, todo es un reflejo condicionado como nos lo enseñó Iván Pávlov hace más de un siglo. Debemos destronar la falacia que el tiempo en el dolor es más largo que en el placer.
El experimento nos dice que es posible obtener mejor calidad de vida, dependiendo de los factores ambientales de los que nos rodeamos y de nuestra actitud frente a la vida. Es abordado en el conductismo que se estudia en pedagogía y psicología. En realidad, somos la medida de nuestro tiempo actuando racionalmente.