Hoy se cumplen 25 años de un hecho sin precedentes en la historia de San pedro (Sucre), mi pueblo. Fue el entierro del periodista David Cuello de la Ossa quien murió en Bogotá el jueves 21 de octubre de 1993 y fue sepultado en San Pedro el sábado 23 en medio de un conmovedor adiós que el pueblo le tributó a un hombre de cuna humilde que dueño de una singular personalidad logro calar en el alma de la gente.
Marcó el reloj las 3:00 de la tarde. Y comenzó el dolor a lacerar las fibras más profundas del corazón. Fue la partida de David de su estancia paterna para nunca más volver. Llantos y gemidos, gritos y lágrimas, una madre desconsolada en inconsolable aferrada al ataúd de su hijo… Y sonaron trompetas. Un mariachi lanzo sus notas al viento como él lo pidió tal vez porque a la propia muerte quería arrancarle alegría… Y partió el cortejo.
El trayecto que recorrió el desfile fúnebre matizado con las dolidas notas del folclor mejicano, esas que tanto le gustaban a David, fue todo un mar de sentimientos, tristezas y reacciones encontradas que iban desde la sorpresa y la perplejidad hasta palpitar de condolidos corazones que al evocar los cálidos recuerdos de lo que fue David durante su fugaz paso por la vida, dejaban escapar lágrimas de dolor y congoja… Y entro David al templo, ya no por sus propios pies como solía hacerlo sino en hombros de sus amigos, sin vida pero si con alma… Un sacerdote se encargó de perdónalo. Este ministro de Dios elevo sus ojos al cielo como buscando al Creador para decirle por David. “quien cree en ti. Señor, no morirá para siempre”.
Llegó el féretro al camposanto. Dos de sus innumerables amigos hablaron por todos para darle el último adiós. Parecía desgarrárseles el corazón. Hubo aplausos y otra vez llanto y lágrimas… Y el momento culminante cuando el ataúd iba a ser introducido al tétrico espacio de la cripta que desde ese instante se convertía en morada final de quien se paseó por la vida como queriéndole demostrar a la muerte que no le temía porque la tristeza se combate con alegría. La gente se arremolino. Las expresiones de dolor no se hicieron esperar. El llanto anegó el espacio y lo que sería la tumba del ser querido, casi cede ante el mar humano que tal vez pretendía con la fuerza de su oleaje arrebatarle a la tumba el cuerpo del amigo. De pronto volvió a irrumpir la música mejicana. De nuevo la música de David, era Adolfo Villamil sampedrense como David, con su Mariachi Jalisco… La vida no vale nada.
Y comenzó el dolor a lacerar las fibras más profundas del corazón. Fue la partida de David de su estancia paterna para nunca más volver.