
…, y Francia entera. Una revolución que sacude todos los estamentos de la sociedad francesa a quienes la gota que rebosó la copa de la paciencia fue el aumento de los impuestos a los combustibles. Esa la forma que toma, el contenido es la pretensión del gran capital de que los costos de la sociedad los paguen las rentas de trabajo, mientras él, eximido de toda responsabilidad, acumula hasta el abuso las riquezas que se crean. Que le cobren a la clase media, propietaria de un vehículo que es el mínimo símbolo de su estatus, los costos de la transición energética, es decir, cambiar el consumo de combustibles fósiles por fuentes de energía renovable (eólica, solar, de hidrógeno), cuando la descomunal riqueza de esas industrias la usufructúan los gigantescos monopolios de la energía, es una provocación inaceptable. De ahí la furia que ha estallado con una virulencia no vista en muchos años.
Y, lo que empezó como un reclamo de los “chalecos amarillos”, se ha extendido a sectores sociales, cada vez mayores, excluidos por la globalización del capital financiero parasitario, de toda oportunidad de vida: sus productos se venden a precios irrisorios mientras sus costos crecen sin control, como los productores agropecuarios; o quienes, no obstante, adquirir con mucho esfuerzo niveles educativos más altos, sus remuneraciones se estancan o decrecen mientras les aumentan los impuestos; o aquellos que con mucho esfuerzo crean una empresa pequeña o mediana, se ven agobiados por los impuestos que no pagan las multinacionales con mercados nacionales competidos por productos extranjeros a precios de dumping; o los transportadores que les suben los combustibles y los insumos, con unos fletes congelados o decrecientes. Y, así, la mayoría de la sociedad francesa.
Si eso pasa en un país desarrollado, de la vieja Europa, pero también lo vive la Gran Bretaña, el viejo imperio descaecido, o en España, o Portugal, o Grecia, o los mismísimos Estados Unidos, donde ya asoman las orejas de una recesión de proporciones cósmicas, o el Japón industrializado que lleva más de una década sin crecer, o en la China poderosa, la segunda potencia económica de la actualidad con dificultades crecientes…, que podremos esperar nosotros, habitantes de uno de los países más pobres de la tierra, una neocolonia donde el capital financiero ha aplicado sus recetas económicas ventajistas que ahogan cualquier posibilidad de progreso que nos sea la ganancia de los grandes monopolios y sus socios internos.
Que la forma política que toman muchos de estos reclamos sea tratar de volver a etapas doradas del capitalismo de un pasado ya lejano, o asuman actitudes xenófobas o de gobiernos de corte dictatorial o de fuerza, son producto de la confusión que el gran capital dominante ha pretendido crear para engañar incautos. La única verdad, imposible de ocultar y que terminará emergiendo es la necesidad de enfrentar la creciente desigualdad entre los grandes capitales y las fuerzas de trabajo. Los tiempos por venir serán de grandes convulsiones y los que tienen todo por perder son los representantes del viejo orden capitalista.