Como usted tiene el síndrome de estar comunicado, por favor, prevea que le pongan un celular en su féretro, pues como usted no tenía tiempo para comunicarse con los de adentro, entonces, le va a hacer falta un celular, -sígase comunicando con los de afuera-. Qué cosa tan molesta tener que soportar la grosería de quedar hablando solo. El otro con quien se encuentra, no tiene tiempo para atenderlo, está comunicándose con los de afuera. La agilidad de la comunicación -bienvenida sea-, se ha vuelto una terrible distancia con el más cercano. Para una muestra del universo de este fastidioso fenómeno social, observe en un restaurante, una familia o un grupo de “amigos” que llegan a manteles: cada uno vive su mundo, no hay ningún intercambio de opiniones; allí no existe el diálogo. ¡Qué grosería! En muchas oficinas no hay tiempo para atender al cliente -razón de ser del puesto de trabajo-, el señor o señora están atendiendo las bobadas del que está a kilómetros de distancia. ¡Qué horror! Hay gente que se lleva el celular hasta el baño y allí duran minutos en largas conversaciones. ¿Qué sabor le podrán encontrar a esas conversaciones? -Peores cosas se han visto-. Qué buena la época en que se podía contar con el otro, nadie le interrumpía el diálogo -bueno, hay gente con la cual no se puede dialogar, hablan tanto de sí mismos que parece un monólogo-. Bienvenida la invención del WHATSAPP, ¡qué comodidad y qué agilidad para comunicarnos! Sin embargo, este precioso medio está resultando un problema en las relaciones familiares, sociales, culturales: cada uno vive en su mundo, el otro le importa un rábano. Hoy la gente en esas largas salas de espera -y en parte tienen razón- , ¿cómo no aburrirse? Pues, ¡qué bueno que existe el whatsapp! Gracias mi querido Jan Koum por habernos proporcionado este práctico medio. Ahora la gente pierde hasta el contacto con la comida por estar “distraído” con este medio. Es hora que haya una reglamentación en los puestos de trabajo, al menos, para que el funcionario priorice la atención al público y no esté pegado a su teléfono móvil. Por favor, despéguese del de afuera, atienda a los de adentro; ellos son los que lo necesitan. El diálogo en familia tiende a desaparecer, cada uno vive en su propio búnker creado por su egoísmo y narcisismo agobiante. De ahí que el hombre moderno está padeciendo una nueva forma de soledad, la peor de todas, estar rodeado de muchos y al final, estar solo. Los problemas de salud mental se han agigantado en esta ruidosa ciudad moderna: nadie escucha a nadie; parece una ciudad de robots; cada día la ciudad es más agresiva y hostil al hombre. El hombre está labrando su propia tumba; resultará víctima de su propio invento. La ricura de compartir con el otro, está tendiendo a desaparecer, comenzado con la deshumanización que ha traído el código de barras y las respuestas telefónicas grabadas, al otro lado de la línea no existe una persona, existe una grabación. Las consecuencias empiezan a verse. Hoy nadie quiere escuchar.