El virus Monkeypox que causa la viruela del mono o viruela símica fue descubierto en 1958. En 1970 se describió el primer caso de una persona afectada por ese virus. Gran parte de los casos de pacientes afectados han ocurrido en África durante las décadas pasadas y aún no hay un tratamiento específico que haya demostrado eficacia y seguridad contra ese infección. Pero este año que la viruela del mono ya fue diagnosticada en más de 48.000 personas en el mundo el acceso a un tratamiento efectivo está atrayendo la atención global.
La mayoría de las personas con viruela símica o del mono se recuperan por completo dentro de 2 a 4 semanas sin la necesidad de un tratamiento médico, según los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos.
Como el virus Monkeypox y el de la viruela humana son genéticamente similares, en algunos países desarrollados se está indicando el uso del antiviral tecovirimat para personas con más probabilidades de enfermarse gravemente, como los pacientes con sistemas inmunitarios debilitados. Pero el fármaco no es para todos los pacientes ni el acceso hoy resulta fácil.
Hasta ahora, el antiviral ha demostrado reducir la cantidad de virus y el número de lesiones de viruela llenas de líquido que se forman en su piel a través de estudios realizados en los animales infectados por la viruela del mono. Sin embargo, los datos de eficacia en humanos son mucho más limitados, lo que hace que algunos investigadores y organismos reguladores duden en autorizar el uso generalizado de tecovirimat.
Pero los enfermos de viruela del mono -en particular los que padecen una enfermedad grave, que puede causar dolor extremo, cicatrices y, en raros casos, la muerte- están pidiendo el acceso al medicamento. Si bien los ensayos clínicos del fármaco en voluntarios humanos se están iniciando ahora, aún faltan meses para obtener resultados.
Para entender por qué se llegó a esa situación, hay que retrotraerse al año 2001. Tras los atentados con ántrax en los Estados Unidos en ese año, en los que se enviaron cartas con esporas de la letal bacteria a medios de comunicación y políticos, el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, con sede en Bethesda, recibió un impulso financiero para desarrollar tratamientos contra patógenos con potencial para ser utilizados como armas biológicas.
Los funcionarios de bioseguridad estaban especialmente preocupados por la viruela humana, que puede matar a cerca del 30% de las personas infectadas. Aunque la enfermedad fue erradicada hace más de 40 años, la preocupación era que el virus de la viruela pudiera ser liberado accidentalmente o convertido en un arma por los laboratorios de todo el mundo donde aún se guardan muestras. Por eso, hubo inversión en investigación que ayudó a que se desarrollar el fármaco tecovirimat.
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