Con el desarrollo tecnológico de las cámaras integradas en los teléfonos celulares y la entronización de las redes sociales podemos afirmar que las llamadas “selfies” llegaron para quedarse… ¡Que tire la primera piedra quien no se haya tomado una selfie!
Pero la cosa no queda ahí; con el pasar de los años este coctel técnico se ha enriquecido con un nuevo ingrediente: los llamados filtros; una asombrosa tecnología que permite modificar las fotografías al gusto del usuario.
Hasta aquí todo es color rosa. Para unos las llamadas selfies son un pasatiempo, para otros un singular placer, pero desafortunadamente para unos infelices sujetos se han convertido en una preocupante y compulsiva obsesión.
A estos últimos individuos, quienes sufren trastornos de autoestima, el uso frecuente de los filtros les ha permitido crear y acceder a nuevos patrones e ideales de belleza. Lo que era concebido originalmente como un juego estético se les convirtió de la noche a la mañana en una terrible pesadilla cuando comparan las selfies filtradas con sus propias imágenes reflejadas en el espejo.
Ojos extremadamente grandes, pupilas súper dilatadas, narices diminutas, labios híper carnosos son tan sólo algunas de las características de los nuevos rostros ansiados. Aparece entonces el deseo de hacer realidad estas creaciones y se recurre a la cirugía plástica.
Según una investigación de la Academia Estadounidense de Cirugía Facial, Plástica y Reconstructiva, el 55% de los cirujanos plásticos atendió en 2017 pacientes que querían operarse para verse como sus selfies en comparación con apenas el 13% en 2013. La enfermedad fue bautizada: Dismorfia Snatchap.
Conclusión: La realidad siempre superará a la ficción, incluso a la ciencia ficción.