
La casa del maestro está en el barrio El Chispón. Catalino Parra era el sobreviviente de la primera generación de los legendarios Gaiteros de San Jacinto, que le dieron la vuelta al mundo en 1954. El único de esa generación que vivió para contarlo. Catalino era, a sus 95 años, un roble al pie del río. Una memoria deslumbrante.
A Catalino Parra lo sedujeron desde niño los sonidos de la gaita y los tambores, cuando a sus diez años llegó a Soplaviento el grupo Los Pileles, de Repelón, se dijo que eso era lo que quería ser: músico. Al novelista e investigador Manuel Zapata Olivella le dijeron que había un muchacho capaz de componerle una canción al silencio y fue a conocerlo. Le propuso integrarlo a lo que más tarde se llamaría Los Gaiteros de San Jacinto. Eso fue el 13 de junio de 1954.
Luego de la legendaria gira de los Gaiteros de San Jacinto por los cinco continentes, a mediados del Siglo XX, la gente del Caribe pudo verse reflejada en la mirada del mundo en una de sus manifestaciones culturales de mayor raigambre: la gaita.
Sobrecogidos por ese reconocimiento inaudito, los mismos gaiteros recibieron una prueba gigantesca de valoración externa, pero un aval minúsculo de la región a través de la radio, la prensa y la televisión que siguió presentando la música folclórica con muchos sesgos, taras y prejuicios europeizantes.
Nacido en Soplaviento (Bolívar) el 25 de noviembre de 1924, Catalino Parra fue el autor de canciones del patrimonio folclórico de la nación: ‘Cartagena es bonita, su primera composición, ‘Manuelito Barrios’, ‘Josefa Matía’, ‘El morrocoyo’, ‘Animalito del monte’, ‘La iguana’, ‘Verdá que soy negro’, también conocida como ‘Aguacero de mayo’, ‘Mujer soplavientera’, y ‘Catalina’. Catalino Parra recibió en 2004 el Premio ‘Vida y Obra’, del Ministerio de Cultura.