El hoy senador Álvaro Uribe Vélez, durante su gobierno decidió remover la fecha para la celebración del día del periodista colombiano, la cual fijó el 4 de agosto, la verdad es que para la inmensa mayoría de los comunicadores, el 9 de febrero, por fuerza de la costumbre, seguirá siendo el especial día señalado en el calendario, para que quienes así lo sientan, les celebren a quienes asumieron como tarea la de mantener informados a los ciudadanos de su localidad, región o país.
A su vez, el 9 de febrero se constituye en el momento propicio para reflexionar sobre lo que significa ejercer este trabajo, a mala hora denigrado a la categoría de oficio, como si cualquier persona, de la noche a la mañana, pudiera levantarse convertido en un idóneo y respetable periodista, por obra y gracia del Espíritu Santo. Sin haber pasado por la universidad o formarse a fuerza de oír, ver y analizar a los maestros de la experiencia, que les compartieron con gran generosidad sus conocimientos y habilidades.
El periodismo y, muy particularmente, aquel que se dedica a la investigación y la denuncia de aquellas verdades y realidades que alguien quiere que permanezcan ocultas, en países como el nuestro, es una abierta provocación a la muerte, ordenada o propinada por quienes buscan acallar sus voces.
A diario los periodistas son objeto de amenazas, insultos, agresiones físicas y obstrucciones a su labor. Lo triste de esto es que son los particulares los que cada día muestran un mayor grado de intolerancia al trabajo de la prensa, cuando se ven vistos protagonizando hechos tan repudiables como castigables con todo el peso de la ley.
Debe causarnos una gran preocupación el hecho de que se esté presentando un rápido crecimiento de las amenazas, agresiones, presiones, obstrucciones premeditadas a su trabajo e, incluso, asesinatos de periodistas por cuenta de miembros alzados en armas, o por quienes ven amenazados sus intereses económicos o políticos.
El amedrentamiento individual es la estrategia a la que más recurren quienes quieren callar las denuncias de un periodista. Sin embargo, eso no constituye el hecho más grave.
Es el manto de impunidad con el que se cubre la mayoría de las agresiones y vejámenes que tienen como víctimas a miembros de este sacrificado y poco valorado gremio.
Sin embargo, las formas enunciadas resultarían poca cosa si las comparamos con el gran impacto que significa el asesinato de un periodista, cualquiera que este fuera, no importa del medio al que sirviera, para que después su caso se constituya en un número más de la estadística de las víctimas. Su pecado fue haber dedicado su vida a honrar la verdad y a que se haga justicia.
No pocos de ellos, con nombres ampliamente conocidos y otros sin reconocimiento nacional, murieron por honrar los principios de su profesión y sus familias no han tenido siquiera el consuelo de que los culpables han sido castigados con todo el peso de la ley.
En la repartición de culpas también aparecen aquellos funcionarios públicos, sobre todo quienes llegaron a sus puestos con el voto popular, porque no soportaron ser cuestionados por la prensa ética que cumple con la sagrada vocación de su deber de ser doliente de los intereses ciudadanos.
Cuando el periodismo investiga, hace preguntas, cuestiona con valor, quienes se sienten examinados suelen recurrir, en su desespero, a la estigmatización y difamación de sus mordaces críticos, sin descartar un intento de soborno o las vías de hecho si es necesario.
También el acoso judicial es muy empleado contra el periodismo denunciante y crítico.
Gracias al lugar indispensable en el que se han posicionado los medios de comunicación en la vida de sus ciudadanos, incluso los de gran parte del mundo, la profesión se ha venido sintiendo constantemente amenazada por muchos actores y factores, lo que permite deducir a la analista Daiyan Chaparro Pedroza, que la profesión está entrando en un campo minado, del cual es incierto si se podrá salir vivo.