Tal parece que en nuestra imperfecta e inconclusa democracia el concepto de oposición política aún no se entiende ni se aplica correctamente. Dice la Constitución Política de Colombia (en el Artículo 112), que las colectividades que se declaren en oposición al Gobierno “podrán ejercer libremente la función crítica frente a este, y plantear y desarrollar alternativas políticas”. En la definición de esta importante figura del equilibrio democrático no se habla de “torpedear” al contrario ni de hacer todo lo posible para que le vaya mal cuando accede al poder.
Eso, precisamente, parece ser lo que fomentan por estos días algunos sectores de la oposición, cuyos discursos suenan más a una intención de desestabilizar al Gobierno Nacional que a una crítica enfocada en que se corrija lo que va mal en el país. Apostar porque a un Gobierno le vaya mal para obtener réditos políticos es una estrategia política baja e irresponsable que, sobre todo, le hace daño al país, pues genera un clima de inestabilidad y desconfianza.
Lo más grave es que esta práctica no distingue ideologías políticas, ahora es el gobierno del presidente Iván Duque el foco de una arremetida dañina, pero algo similar le ocurrió en su momento al entonces presidente Juan Manuel Santos. Unos y otros aplican la estrategia de descrédito para desgastar a sus contrarios y derrotarlos en las siguientes elecciones.
Ojalá que, por encima de las diferencias políticas, nuestros dirigentes pudieran identificar puntos comunes y, sin perder la capacidad crítica, priorizaran los intereses del país sobre sus intereses electorales, pues mientras se dediquen a hacer imposible la gobernabilidad del otro, el país nunca será una democracia madura.