Educar es una misión compleja. No todos los docentes llegan a ser maestros. Algunos sólo se quedan en lo que aprendieron, llegando a ser productos terminados. Algo parecido al síndrome de Burnout. Les resulta muy difícil asumir que deben re-educarse y que ante una posible evaluación de su competencia quedarían mal calificados. Otros se adaptan a los cambios permanentes, se insertan en la energía juvenil logrando orientar y enseñar en las agendas de transformación. Asumen su re-educación emancipadora.
Pero si por los docentes el asunto es de consternación, más lo es con padres de familia y líderes sociales – comunitarios, partícipes de la comunidad educativa. De hecho educar a los hijos requiere ya un proceso de formación previa. Enseñar a los niños, adolescentes y jóvenes, desde el hogar y la colectividad requiere con mayor profundidad procesos de re-educación, disciplina de nuevo formador y en especial una resistencia incansable contra las enseñanzas alienantes de las nuevas tecnologías.
Darse cuenta de que algo falla en el engranaje de una verdadera educación, es cuestión de apertura mental. Para avanzar en dicha faena, el filósofo francés Jacques Rancière en 1987 publicó su libro “el maestro ignorante”, basado en la figura del pedagogo Jean-Joseph Jacotot, quien criticara el programa de instrucción pública de 1830. Su método consistía en la emancipación intelectual, confiado en la premisa de que todos partimos de un mismo nivel de inteligencia
Rancière escribe que la enseñanza universal no es la llave del éxito, lo es la igualdad de pensamientos. El pensamiento es anterior a la comunicación o el lenguaje. El humano improvisa para hacerse entender a través del habla, que es la mejor prueba de que se puede aprender por si solos y de poder comunicar desde la igualdad de inteligencias. Todos somos iguales por naturaleza, pero desiguales por circunstancias. Por ello hay que des-razonar razonablemente. La razón es el poder principal de la emancipación intelectual.
El filósofo dice que lo que atonta a un pueblo no es la falta de instrucción, sino la creencia en la inferioridad de su inteligencia. El maestro ignorante enseña opinando superioridad de roles y no con base en razonamientos de diversos saberes. Contrario a las opiniones, en toda obra humana existe arte y raciocinio. Ahora bien, existen diversas inteligencias que dependen de la atención para el mayor acceso al conocimiento. El individuo puede todo lo que quiere, menos si se distrae.
Los estudiantes no necesitan que siempre se les explique para que entiendan, pueden por si mismos encontrar respuestas a sus inquietudes a través del libro. Dice Rancière que entre más explicación más atontamiento. Por eso el maestro emancipador no usa un método de enseñanza, el hábito debe ser propio del estudiante. Para emancipar se debe estar emancipado. Todo hombre puede aprender por sí mismo, el discípulo hace al experto.
El maestro ignorante inferioriza al estudiante, lo trata como alumno (sin luz), creando una relación de superioridad y atontamiento, recurre a la repetición como instrucción, enseña deletreando y descontextualizando. Hoy hace falta procesos de formación a formadores para una cultura emancipadora que libere a estudiantes, que logre maestros – estudiantes inteligentes, adaptativos y con alto pensamiento crítico.