
Si hay una institución que no solo en las encuestas, sino en el común de los colombianos, registre la más baja favorabilidad, es el Congreso de la República.
Esa imagen no es gratuita, sino que termina siendo el resultado de lo que los colombianos de a pie, sienten de lo que es la labor que realizan quienes integran lo que se ha llamado como el poder legislativo de nuestro país.
Aquí no se trata de una pugna o enfrentamiento político entre las diferentes vertientes que confluyen en el recito de la democracia como lo es el Congreso, sino es el sentir de todos lo que a diario ven, conocen o se enterar del trabajo que desarrollan los que se les ha dado por llamar “padres de la patria”.
Pero en honor a la verdad no es solo este Congreso, pues este mal endémico que vive el poder legislativo viene desde hace muchos años atrás perjudicando la vida constitucional y democrática de nuestra nación. Lo que pasa es que en este periodo quedo en evidencia y fue gracias a la pandemia.
Un Congreso que legisla solo para sus intereses o el interés del gobierno de turno o para los grandes conglomerados económicos que manejan el país y siempre en contra del pueblo, quien en últimas es quien los lleva a ostentar esa dignidad.
Hace algunos años los colombianos votamos de forma mayoritaria, casi 12 millones, para que el Congreso se reformara y cumpliera a cabalidad con las tareas para las cuales son elegidos.
Pero no, no ha sido posible que el Congreso se auto reforme y de una muestra de querer cambiar.
Lo que paso la semana anterior es la mejor muestra que este Congreso no le interesa cambiar y mucho menos regularse para cumplir con sus funciones. Nadie entiende como “hunden” un proyecto de ley al cual se le habían dado siete debates y mediante el cual se acortaban las vacaciones de los padres de la patria.
¿Saben cuánto tiempo se perdió en los siete debates de este proyecto, tiempo que hubiese podido ser utilizado en el estudio de otras iniciativas?
Pero no solo el hundimiento de este proyecto de acortar las vacaciones demuestra que los congresistas no quieren cambiar. Esta también el proyecto de bajar los elevadísimos salarios que tienen (casi 35 millones mensuales), el devolver los gastos de representación que se les pagó durante el tiempo de la pandemia cuando los pocos que trabajaron lo hicieron de manera virtual.
Un congreso que no le interesa pasar por encima de las normas que ellos mismos aprueban, como en el caso de la aprobación de la eliminación de la Ley de garantías para el próximo debate electoral, o la inclusión de micos como el de castigar hasta con cárcel a los periodistas que denuncien hechos en donde los congresistas estén inmersos en hechos de corrupción, “Jugaditas” que aprendieron del “bachiller” que las institucionalizó.
Claro que hay que decir que no son todos, hay varias excepciones que demuestran que hay legisladores que entienden cuál es su labor.
Por eso y por muchas otras cosas más, es necesario que los colombianos en las próximas elecciones del mes de marzo del 2022, busquen la manera de renovar por lo menos el 70 por ciento del actual congreso, para que allí lleguen congresistas cuyo interés sea el de trabajar por el pueblo y no por sus intereses o los del gobierno de turno.
Nota al Margen: El resultado de las elecciones de ayer en Chile demuestra que la democracia está en manos del pueblo y no de sus dirigentes, que el cuento no es como lo quieren plantear de ser de izquierda o derecha. El cuento es que los chilenos se cansaron del elevado número de impuestos, del desempleo, de los altos precios del transporte y del sistema de pensiones que enriquece a los amigos del gobierno de turno y eso que allá no tienen tan agravado los altos niveles de corrupción como los tiene Colombia enquistado en su clase política. En Chile protestaron y el pueblo voto por el cambio. Ojalá que aquí pase lo mismo.