Es cierto, Colombia no vivió una dictadura como las que gobernaron con mano de hierro el cono sur de nuestro continente, y aun así la transición de esas épocas oscuras de Stroessner, Pinochet Videla y compañía aun cuando dejaron heridas profundas, las sociedades subyugadas por dichos personajes han sabido hacer la transición de manera adecuada y es por eso que en la actualidad, Chile, Argentina y Uruguay son los países mas desarrollados del continente.
Aquí, de otra parte, con la muerte de Galán y de paso la de Rodrigo Lara de manera indirecta nos hemos sumido en una dictadura que podría denominarse “del chantaje”.
Indudablemente, la Figura de Luis Carlos Galán, el político más prominente de la década de los ochentas, dio cuenta del estado de postración en que se encontraba la sociedad a manos del narcotráfico y los malos manejos de lo público.
Resulta loable que, a pesar del vil asesinato de Lara Bonilla, Galán, en vez de amilanarse, tomo la bandera caída y ensangrentada que enarbolaba el dirigente huilense y continuó su férrea marcha hacia la presidencia de la república.
Su sentencia de muerte la firmó él mismo, dirán algunos, el día en que Galán consciente de lo cerca que estábamos de un estado fallido, contempló la posibilidad de abrir la puerta de la extradición para que los principales capos del narcotráfico que a su vez habían incursionado en la política, recibieran una justicia efectiva por parte del gobierno americano.
Es allí donde la figura de Escobar, lamentablemente enaltecida por algunos ignorantes de la realidad que vivía el país a finales del siglo XX, toma relevancia en su magnicidio.
Escobar decide acabar con la vida de Galán, aparentemente influenciado por el poderoso barón político tolimense Alberto Santofimio, y en la plaza de Soacha, lo terminan acribillando.
El chantaje surte efecto, quien se convirtiera en futuro presidente de la república, más por una cuestión circunstancial que por mérito propio, decide no llevar a cabo la primera acción que Galán había dicho tomaría tan pronto prestara juramento como presidente de la República, firmar las ordenes de extradición. Esto conllevo al bochornoso escándalo de la catedral, una cárcel VIP que Escobar había aceptado como su centro de reclusión, a cambio de que la extradición no se diera. Así quedó dispuesto incluso en la Constitución de 1991.
El resultado fue un centro carcelario en dónde no había otra ley diferente a la impuesta por el patrón, que dispuso de ella como hotel, burdel y hasta centro de tortura.
Hoy por hoy, la historia parece repetirse, chantajeados por el miedo de perder la “paz” se ha permitido que la justicia se acomode a los intereses de un puñado de delincuentes quienes nos han demostrado que, en este país nos engañan con vidrios de colores al mejor estilo de la conquista y de paso se impone la ley de quienes nunca estuvieron dispuestos a someterse a ella.