Ni el episodio más repudiable como el ocurrido en la Escuela General Santander puede cerrarle la puerta a una salida política y negociada del conflicto armado. No podemos reeditar la viaje frase que afloraba una vez se rompían los diálogos y negociaciones con la guerrilla: “Nos volveremos a sentar a la mesa después de miles muertos”.
Siempre en cualquier negociación de paz, y en eso el caso colombiano es un vivo ejemplo, los disparates de la guerra buscaron aminorar el entendimiento y el diálogo, pero la sociedad se sobrepuso y presionó para que los grupos insurgentes retomaran el cauce de la negociación política. Nunca se trató de una imposición sino de la capacidad de resiliencia de los colombianos y colombianas la que afloró para bien.
Fueron muchos los intentos y fueron muchos los esfuerzos que con el correr del tiempo y sin renunciar a la salida negociada y política del conflicto armado en Colombia que se lograron varios acuerdos de paz. Es decir, hay un camino andado y unos frutos que mostrar. El más reciente, qué duda cabe, fue el acuerdo logrado con las Farc.
Vale recordar el episodio en Buenos Aires, Cauca, en pleno diálogo de paz en La Habana cuando las Farc masacraron a cerca de 16 soldados y, como respuesta, el gobierno bombardeó un campamento dando de baja a un comandante de esa guerrilla que había estado sentado en la mesa de Cuba. Ese dislate de la guerra puso en vilo el proceso, pero la diligente reacción internacional y el apoyo de la sociedad logró neutralizar las voces que desde la otra orilla arengaban en favor de romper las negociaciones. La cordura y el compromiso le cedieron el paso a la paz.
Por ello, la decisión del presidente Duque de anular cualquier posibilidad de diálogo y negociación de paz con el ELN es un error, es tomar el camino equivocado; ni siquiera su mentor, el expresidente Uribe, que le apostó el todo o nada a la guerra y al mismo tiempo negoció con el ELN, pudo derrotar la insurgencia; la debilitó pero no la venció. Cerca de diez mil millones de dólares fueron dilapidados, se dotó de la mejor tecnología de guerra para combatir la guerrilla e incluso se aumentó el número de hombres en el estamento militar y policial (más de quinientos mil uniformados están en las filas) y nada de ello logró vencer al enemigo. No puede el gobierno seguir subestimando a una guerrilla díscola con mucha capacidad de daño. Derribar un helicóptero, secuestrar a sus ocupantes y robarse un dinero es un hecho que dice mucho de los alcances de esta organización.
Se equivocó el ELN, claro que sí. Su dirigencia, un Comando Central (Coce) de estructura horizontal, está fuera de foco y revela la falta de liderazgo al interior de esa organización (alias Gabino, su comandante, enfermo en Cuba). Cada cual, hablo de sus frentes, va por su lado y las acciones no se toman por consenso, luego no es de extrañar que el acto vandálico contra la policía hubiera sido decisión de varios frentes que se hacen llamar “dirección nacional”, por lo menos así lo dice el comunicado.
Evidentemente, la lectura política que hacen del país es de una torpeza infinita; para ellos no existen los avances significativos en el año 2018 de las fuerzas alternativas en las urnas que revelan un cambio cualitativo en el terreno democrático y las pone en inmejorables condiciones para disputarle a la secular clase política, las instancias de poder. No es con bombazos con que los “elenos” cambiarán el devenir de las futuras generaciones, así traten de justificar su acción terrorista contra la policía.
Puede sonar políticamente incorrecto, pero insisto en que la única salida a este residuo de conflicto armado debe ser la negociada. No es conveniente volver a sentarnos a dialogar después de “otros miles muertos”.