
Algunos años atrás, en el mes de Septiembre, había llegado la fecha de mi primer día de colegio. Me levanté muy temprano, extremadamente nerviosa, asustada de enfrentarme al Bachillerato, nivel que sabía era exigente y habría que prepararse muy bien si quería tener éxito.
¿Pero qué es lo que me provocaba ese temor tan incontrolable de ese primer día? Miedo a…
· El Uniforme: Que no llevara el uniforme como se nos había insistido. La disciplinaria y la rectora iban a ser muy severas con este requisito. Pero yo lo había sacado el día anterior y hasta me lo medí varias veces.
· Los Útiles: Que no llevara todos los materiales necesarios. Me aseguré que por lo menos tenía un cuaderno y todos los libros que iba a necesitar en el día. Es más, el día anterior me estudié el primer capítulo de cada uno. Hasta hice algunos ejercicios de Algebra I.
· La Presentación: Que me pidieran que hiciera una corta presentación de quién soy, sin embargo la noche anterior practiqué un pequeño discurso, que ya me lo sabía de memoria. Hasta lo ensayé frente al espejo con el uniforme puesto.
· El Bus: Que no llegara el bus, que me dejara el bus, que no estuviera lista cuando llegara el bus, que el bus se varara y yo llegara tarde al colegio.
Todos estos temores rondaban por mi mente causándome dolor de cabeza y de estómago, mientras mi corazón latía a millón. ¡Apareció el bus! Me subí y vi muchas caras nuevas, las cuales sentí que todas me miraban con curiosidad.
Al llegar al colegio, casi de inmediato oí la campana que anunciaba formación en línea. Cada grado en una sola fila en orden de estatura, con el profesor asignado. Yo era la primera en la fila de Primero Bachillerato (Sexto Grado).
Entramos al salón, me senté en mi escritorio, poniendo con mucho cuidado todos mis materiales. Noté que mis libros eran más grandes y pesados que los de los demás; en ese momento, entraron la rectora y la coordinadora de disciplina. Todos los estudiantes inmediatamente permanecieron callados, sentados y atentos. Ellas dieron la bienvenida al nuevo año escolar, recordaron algunas reglas generales e hicieron mucho énfasis en tener presente el gran grado de responsabilidad que significaba estar en Primero de Bachillerato. Sus tonos de voz eran firmes, los cuales inspiraban más que respeto, un cierto temor.
Al terminar ellas su corto discurso, me miran, y me dice la rectora: “Pasa aquí al frente y te presentas.”
Camino nerviosamente hacia el frente de la clase, mientras me arreglo la bata blanca que hacía parte del uniforme: “Buenos días, soy su nueva profesora y seré su directora de curso, me llamo Amy Díaz; les voy a dictar Pre-Algebra, además voy a hacer la maestra de Algebra para los grados Octavo y Noveno. Espero que este sea un año en que aprendan mucho conmigo y…” No recuerdo que más dije, pero sé que todo lo que había practicado la noche anterior fue mencionado.
Ese día comenzó mi vida como profesora de Matemáticas y Algebra, profesión que ejercí por 10 años.