Con el permiso de mis amables lectores, escribo esta columna en la cual me refiero a ese simpático grupo que por los años cincuenta conformamos en Magangué. Algo parecido he escrito otras veces, por lo tanto tal vez parezca repetitivo. De un modo u otro, no he resistido en hacerlo con el mismo nombre de la columna y por supuesto con los mismos actores.
No éramos un grupo musical tal como suena y desde luego da la impresión el titular de esta nota, sino un grupo de jóvenes solteros que buscábamos una forma de divertirnos sanamente dirigidos por un señor de mucho respeto en la ciudad que conservaba a pesar de sus años, un espíritu juvenil que irradiaba simpatía al punto de ser admirado y querido por esa muchachada compuesta por veinte añeros donde se contaban, médicos, comerciantes, y farmaceutas es decir éramos todos jóvenes pero responsables
Trabajábamos de lunes a sábado y en fin soltero buscábamos la manera de mitigar el tedio el fin de semana en alguna actividad que nos sacara de la rutina del trabajo. Como éramos siete casi todos de la misma edad, teníamos prácticamente los mismos gustos y aficiones por ello nunca hubo en el grupo discrepancias que pusieran en peligro alguno nuestra sólida amistad; otro factor que era clave para permanecer siempre contentos, la carencia de reglamentos por cumplir.
De esta manera, si alguien faltaba a una reunión, desde luego que lo echábamos de menos, pero ello no significaba que lo programado no se llevara a cabo, estábamos atentos sí, y buscábamos por algún canal como enterarnos que le había pasado, hasta ahí llegábamos, si en el curso de una reunión uno de los del grupo resolvía ausentarse, nadie le preguntaba por qué se iba y menos indagar hacia donde.
El grupo en realidad era muy unido, el mutuo afecto nos congregaba, no obstante nuestra juventud, nos tratábamos con respeto y de la misma manera nos comportábamos con la sociedad en general; esto nos llevó a ganarnos el aprecio y cariño de las chicas contemporáneas, que las había y muy lindas por cierto. Pero quizás lo más trascendental fue la organización que nos inculcó ese patricio magangueleño, caballero a carta cabal, apreciado por todos los círculos sociales que respondía al nombre de Luis Viñas López.
Lucho – como cariñosamente le decíamos – era para nosotros como un padre, severo cuando era necesario serlo; afable y cariñoso todo el tiempo, nos adoptó como sus hijos, que no tuvo, y por ello nuestro grupo llegó a llamarse: LUCHO VIÑAS Y SUS MUCHACHOS, de ahí que para todas las reuniones, ya fuesen bautizos, cumpleaños o paseos campestres, que se daban casi todo fin de semana, las jóvenes para garantizar que sus fiestas o festejos fueran plenos de alegría, ya no se dirigían individualmente a ninguno de nosotros, sino que bastaba hablar con LUCHO.
Fueron muchísimos los cumpleaños, bautizos y paseos a los que asistimos, no hubo un baile al que no asistiéramos como invitados especiales. Vale la pena resaltar aquí, que LUCHO jamás se tomó un trago, no bailaba tampoco pero ello no era óbice para que él permaneciera cuidando de nosotros hasta el final del festejo.
Este relato que hoy he querido escribir, es dedicado a la memoria de ese caballero que en el momento oportuno, supo conducirnos dándonos ejemplo con su actitud: o sea, caballerosidad, decencia y respeto por el género femenino, tanto fue así, que los padres de las jóvenes que nos acompañaban a estos festejos, les bastaba saber que LUCHO estaría con sus muchachos, con ello quedaban garantizados el respeto, la decencia los buenos modales y el trato que sus hijas merecían.
¡Pero, amigos! Todo tiene su comienzo y desde luego su final, el tiempo se fue encargando de separarnos, vino la desintegración del grupo, surgieron matrimonios, ausencias por cuestiones de estudio, algunos, otros por asuntos laborales cambiaron de ciudad.
Hoy al evocar estos recuerdos, aún siento inmensa nostalgia de esos tiempos vividos en una sociedad magangueleña que nos aceptó de manera total y sin reparos. En Magangue viven aún Alfredo Amin, Elberto Rincón, Antonio Aldana – nuestro querido “NONO”. Aquí en Barranquilla vive mi entrañable amigo-hermano, HUGO VASQUEZ. Todos formalizamos hogares dignos, cada uno encontró la mujer de sus sueños gozando juntos ya en el otoño de nuestras vidas y maravillosas primaveras viendo crecer a nuestros nietos.
HELIODORO GARCÍA y HERMES DE LA OSSA, para ustedes que se nos adelantaron en ese viaje al que todo mortal está llamado a emprender, PAZ EN SUS TUMBAS
juliande80@yahoo.com.