Inocentes, “los aplastados por el dedo de Dios”: aquellos que hurtan porque no tienen otra opción para conseguir su sustento; aquellos sin oportunidades; aquellos llevados a la desgracia de la criminalidad por un sistema donde la única opción de supervivencia es el delito; los imbuidos por la propaganda facilista, por la televisión mediocre, por el panegírico idiota de la riqueza fácil que el moderno fascismo ha puesto sobre la visión mental de hoy; ese rencor al trabajo honrado, a los campesinos que en medio de la dificultad labran la tierra; el asco a los pobres escupido por el neoliberalismo que piensa que el pobre es pobre porque quiere. Esos son los inocentes.
Inocentes los tantos y tantos jóvenes que buscan escapar de su realidad triste y gris refugiándose en las drogas, tras la transexualidad, tras las aberraciones sodomistas o el indómito y manido discurso de la “libertad”, tan publicado por el neonazismo para beneficiarse de la idiotez, de la ignorancia, de la candorosa amenaza de apelativos insondables con que sus representantes argumentan y justifican su ansia de poder, su ambición ilimitada, su creída condición de raza especial y superior para dominar, explotar, apropiarse de los recursos públicos. Siempre se ha creído que el gobierno es para defender a los más humildes, para reivindicar a los menos favorecidos, para equilibrar la balanza de la injusticia que parece natural en el hombre. El estado de derecho es el conjunto de normas para hacer realidad el concepto fundamental de la justicia, de la convivencia. El nazi-fascismo piensa que el estado es el mecanismo para perpetuar al hombre superior, al hombre-dios como lo asegurara Nietzche.
La propaganda nos ha confundido; el discurso bien perpetrado del neonazi-fascismo nos ha desidiologizado, lleva a las personas al vaciamiento mental, a la superficialidad, a la plástica forma de concebir el mundo: unas tetas y un culo constituyen el fundamento del bienestar moderno; la parafernalia de lo contumaz es un desperdicio, la frivolidad constituye el movimiento más presente desde el nacimiento del ser, por eso lo que no tiene importancia es el programa político, el derecho con mayor fundamento, aspectos que sin duda nos llevan a una profunda crisis, al derrumbamiento de la estructura social, por lo menos como la conocemos hoy, como hoy la percibimos. Se repetirá la historia de Grecia, de Roma. La blandura social, el nomeimportismo enterrará la sociedad actual.
Quedan los inocentes, los que un día, sobre todas las cosas, se revelarán. Esos inocentes un día se darán cuenta de que son instrumentos de su propia desgracia y, cuando eso ocurra, como siempre ha sucedido, aún con la piel llena de lepra y los pulmones desbaratados en el tifo nauseabundo del vicio, se levantarán; porque no hay mal que perdure ni cuerpo que pueda resistirlo.
A eso le temen los del poder: quienes concentran la economía; quienes sustentan la política; quienes se adueñan los instrumentos de manipulación utilizando de la comunicación.