Los efectos perversos de las llamadas redes sociales poco ayudaron a que las verdaderas encuestas pudieran reflejar la realidad de lo que estaba pensando la mayoría de los electores.
Difícilmente habrá alguna persona hoy que confíe tranquilamente en las encuestas electorales. Con muy escasas excepciones, que en nada modifican la percepción general sobre las consultas de opinión, este mecanismo tan utilizado y valioso en muchos países del mundo, dejó en la campaña que terminó todos los sinsabores y muchas dudas sobre su real utilidad.
La inmensa mayoría de las encuestas que se realizaron en el país, y las locales claro está, no acertaron en los resultados que divulgaron. Se dirá, como es verdad, que los sondeos de opinión son una foto del momento en que se hace y que el comportamiento del elector puede cambiar a mucha velocidad y que esto obviamente no sale reflejado en las mediciones. Sin embargo, cuando se hacen varias consultas, como pasa con las grandes encuestadoras y los más importantes medios, estas si muestran las tendencias electorales, cosa que, en la mayoría de las veces, tampoco ocurrió esta vez.
Todo esto sumado a los efectos perversos de las llamadas redes sociales, canales que poco ayudaron a que las verdaderas encuestas pudieran reflejar la realidad de lo que estaba pensando la mayoría de los electores. Todas las campañas, seguramente intentando transmitir a sus seguidores una esperanza que no existía, fabricaron sus propias consultas las que iban subiendo a las redes sociales, sin el más mínimo pudor y obviamente sin ningún control de las autoridades.
Hubo candidatos, en nuestra ciudad para no ir muy lejos, que semanalmente divulgaban por sus medios digitales su propia encuesta donde, por supuesto, los únicos que subían eran ellos y, lo peor, donde increíblemente terminaron creyéndose su propia mentira, lo que al final les causó la profunda decepción de la que todavía no se recuperan.
Si en la ciudad el resultado del domingo 27 de octubre hubiera sido el reflejo de las encuestas que cada candidato subió a sus redes y divulgó a través de sus amigos y seguidores.
Lastima, pues, que una herramienta que bien pude permitir observar el pensamiento de la gente sobre cualquier tema de interés general, incluido, por supuesto, el electoral, haya llegado a un nivel de descredito como el que hoy tiene entre nosotros, por cuenta de la falta de control de las redes sociales y también lamentablemente, por la falta de control de las autoridades electorales, por la ausencia de rigor de las empresas encuestadoras, y, lo que es peor, por su increíble disposición a ser permeadas por los intereses de determinadas campañas.