Este cuento de las marchas, cuando su motivación es política, tiene riesgos e injusticias. Sí, indudablemente la riqueza está mal repartida y es una de las causales para que la gente viva verraca. Gobierno y poderosos, desde que Turbay Ayala dijo que se practicara “la corrupción en sus justas proporciones”, jamás han querido darse por aludidos sobre las consecuencias que resultan de la injusticia social, sobre todo cuando los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Es una bomba explosiva que se va armando a través del tiempo, hasta que explota.
Y son aquellos líderes de izquierda, antes comunistas hasta que se derrumbó la “cortina de hierro”, los que estando al acecho a través de los años, aprovechan para dar el zarpazo, tumbando gobiernos demócratas, mientras los otros dan papaya.
Colombia no ha sido la excepción. Lo que aterra es la forma y el fondo de esas marchas. Es increíble que no se toque al principal cáncer que tiene al país en difícil situación. Me refiero a gran parte de la clase política, incrustada en el Congreso, en asambleas y concejos, los que, aliados a grandes empresarios, tienen este país llevado del carajo gracias a la terrible corrupción, a la que ahora llaman “mermelada”, y que tiene que ver con el caos social y económico que tanto nos ahoga.
Y que tampoco se proteste contra la politiquería de la justicia colombiana, en sus distintos órganos, convertida en guiñapo también por corrupta y falaz. Ambas cosas, política y justicia, mal encaminadas, son responsables de gran parte de nuestra triste situación social.