El director del programa de Psicología de la Universidad del Valle habla sobre los efectos traumáticos, emocionales y afectivos que el aislamiento social genera en las personas. Su impacto también se manifiesta en trastornos del sueño y ansiedad.

Con la emergencia del COVID-19 la humanidad se halla frente a un fenómeno relativamente inédito. La última gran pandemia, la gripe española que dejó alrededor de cuarenta millones de muertos, tuvo lugar hace más de un siglo por lo cual la mayoría de nosotros no tenemos noticia de ella sino por el registro histórico. Mucho se ha dicho sobre los efectos en la salud mental del aislamiento por la contingencia actual, pero gran parte de ello se deriva del conocimiento que las disciplinas de lo mental han acopiado a partir de otras crisis y situaciones similares.
Un análisis más preciso habrá de hacerse en unos meses cuando salgan a la luz investigaciones con los afectados directos de la pandemia. Quizá en China ya se puede observar el efecto “pospandemia”, pero hay que tener en cuenta que las problemáticas de salud mental están fuertemente influenciadas por el contexto histórico y cultural en el que tienen lugar, los estudios transculturales así lo revelan. Por lo tanto, lo que voy a exponer tiene que ponerse en perspectiva y tomarse como elementos generales de análisis que luego pueden mejorarse.
Los efectos traumáticos: La actual emergencia reúne todas las características de lo que podríamos llamar “eventos disruptivos”, es decir, situaciones inesperadas, abrumadoras y amenazantes. No todas las personas, ante situaciones como estas, desarrollan lo que popularmente se conoce como trauma, pero algunas, dependiendo de algunos aspectos biográficos y de personalidad, sí.
Lo traumático obedece a la dificultad para asimilar una experiencia, por lo cual esta persiste en la mente de manera invasiva, agobiante y ajena. Lo particular de esta crisis es que no se trata de un evento puntual en el tiempo, sino de una situación que se prolonga con un alto grado de incertidumbre. Por ello podríamos pensar que esta cronificación deriva en lo que algunos autores han llamado “contextos disruptivos”, esto quiere decir que no solo se trata de una vivencia no elaborada, sino del hecho que estamos en unas condiciones en las que nuestro entorno se ha trastocado.
Valga aclarar que este sigue siendo en esencia el mismo, pero las reglas que regulan la vida cotidiana han variado. Algo tan sencillo como ir al supermercado puede convertirse en una tarea en extremo compleja y riesgosa. Con frecuencia este tipo de contextos generan mucha confusión y afectan la toma de decisiones. Pudimos observarlo en las primeras semanas cuando la gente salía desbocada a vaciar los supermercados.
Los efectos en el estado de ánimo: La desazón, tristeza y sensación de desesperanza que pueden llegar a convertirse en una depresión es otro de los efectos observados por los especialistas. Muchas veces esto está relacionado con las múltiples pérdidas que pueden experimentarse en el confinamiento: pérdida de la libertad de desplazamiento, de los espacios sociales, de las actividades recreativas, etc. A estos duelos se pueden sumar otras pérdidas mucho más concretas como las de las personas que se han quedado sin empleo o han sufrido un descalabro financiero por cuenta de la crisis.
Una mención aparte merece el drama de quienes han perdido seres queridos en medio de la emergencia: sus emociones son ambivalentes pues no pueden velar ni enterrar a sus familiares lo cual les dificulta aún más aceptar la realidad de la pérdida.
La ansiedad: La ansiedad presenta las mismas características psicofisiológicas del miedo, con la diferencia que, mientras este último se presenta ante una amenaza concreta y real, la primera se suscita frente a peligros imaginarios o difusos. El coronavirus es un riesgo real, por supuesto, pero es un virus y, como tal, es invisible. Es un enemigo que circula por ahí y, además, puede ser portado por otras personas o estar en los objetos, en el aire, sin que lo podamos percibir.
Muchas personas, incluyendo personajes poderosos de la escena mundial, han llegado a pensar que se trata de una ficción. Es cuando las teorías conspirativas se ponen a la orden del día y las personas se vuelven más susceptibles a ellas. La incertidumbre no solo está ligada, por supuesto, al peligro que corre nuestra salud, sino al desenlace de la crisis y a las consecuencias que esta va a tener en los planos social y económico y en cuanto a la forma como percibimos el mundo.
El insomnio: Las dificultades para dormir están asociadas al trauma, la depresión y la ansiedad; pero también pueden estar relacionadas con aspectos específicos del confinamiento. El equilibrio entre los periodos de sueño y de vigilia puede alterarse por el cambio de rutinas, por pasar mucho tiempo en cama y frente a dispositivos electrónicos, por el sedentarismo y porque no hay un contraste muy marcado entre el día y la noche.
Las relaciones interpersonales: En el entorno más inmediato la crisis puede afectar las relaciones con nuestros seres queridos o con quienes habitamos por cuenta de la necesidad de los seres humanos (sobre todo los occidentales) de conservar un espacio personal, íntimo. Los conflictos de pareja y familiares pueden agudizarse si ya había dificultades previas.
En un nivel más general, las relaciones con los otros se ven afectadas porque el otro se vuelve amenazante. Hay una especie de paranoia generalizada que exacerba los sentimientos xenófobos, racistas y clasistas. Es así como el rico critica al pobre porque no guarda la cuarentena, se culpa al extranjero de haber traído al virus y, como se ha observado de forma lamentable, se discrimina al personal sanitario por ser supuestos portadores del virus. Faltará tiempo para descubrir cómo esta crisis va a afectar las relaciones persona a persona, el contacto físico, etc.
Los efectos cognitivos: Ante la impotencia, confusión e incertidumbre que genera esta situación; además del hecho de que las emociones están desbordadas, a muchas personas se les afecta el buen juicio, es decir, la capacidad de evaluar racionalmente la información que llega a sus manos. Así, muchos se vuelven influenciables por teorías conspirativas, por fake news, noticias alarmistas, creen en remedios milagrosos o en el líder religioso que promete una cura a cambio del diezmo.
¿Qué hacer?
Con todo, es probable que solo un porcentaje relativamente reducido de personas desarrollen problemas de salud mental frente a la pandemia. Los expertos, con base en experiencias pasadas, estiman que se trate de alrededor de un 20%. De estos quizá algunos los resuelvan por sus propios medios y queden otros tantos que requieren de atención especializada.
Los recursos de afrontamiento con los que cuentan las personas no son solo individuales, sino colectivos. Las guías y manuales de salud mental coinciden en algunos aspectos, pero es cierto que cada persona debe construir sus propias maneras de enfrentar la crisis. Establecer rutinas que sustituyan a las que había en tiempos “normales”, realizar actividad física para paliar los efectos de la ansiedad y prevenir el insomnio; aprender a filtrar la información que llega a nuestras manos y moderar el acceso noticias vinculadas a la crisis, fortalecer el contacto virtual con los seres queridos que están a distancia; son algunas de las recomendaciones.
Sin duda un despliegue de la creatividad será importante, basarse en experiencias críticas pasadas y en la forma como han sido resueltas, resignificar la forma como nos relacionamos con nuestro lugar de residencia para habitarlo de otras maneras y, sobre todo, sacar a relucir los sentimientos de solidaridad y altruismo que poseen la mayoría de los seres humanos. Esta es la base del cuidado de sí mismo y de los otros que nos puede ayudar a sobrevivir psicológica y físicamente a esta crisis.
*Psicólogo clínico. Director del Programa de Psicología Universidad del Valle.