Por: Víctor CORCOBA HERRERO
(Al verdadero ser, consciente de su conciencia, le cuesta reincorporarse a la materialidad de cada día; está permanentemente viviendo en el sueño del verso, para poder evadirse del mundo)
I.- CORAZONES ENDURECIDOS
No me gusta beber miradas que no sonríen,
que están encerradas en sí mismo y para sí,
que nadan en el orgullo y en la suficiencia;
incapaces de volar y de abrirse a los demás,
negados a donarse y a darse por querencia.
El desbordamiento de prácticas dolorosas,
nos adormecen hasta dejarnos sin fuerzas;
la desilusión nos impide abrirnos a la vida,
volver a ilusionarnos, entrar en otro sueño,
pues el dolor de lo real paraliza los latidos.
La inseguridad nos atormenta por dentro.
El desasosiego de no sentirse dueño de sí,
nos encarcela en nuestras propias miserias,
desvaneciendo toda inspiración luminosa;
envolviendo anhelos, volviéndonos piedras.
II.- UN MUNDO DE ESCLAVOS
Nos hallamos en un planeta de mil cadenas,
somos y no somos en un orbe de esclavos,
vivimos y no vivimos en un mundo manso,
es tan fuerte el acoso de nuestras miserias,
que por sí mismo esta prisión nos asfixia.
Libre como las pupilas del aire quiero ser,
ser quiero ser parte del verso y de la vida,
ese todo que no confunde y se funde de luz,
que viene providencialmente a socorrernos,
a tomarnos el pulso y a extendernos el amor.
Un fuerte desamor nos tortura y nos demuele,
nos deja sin corazón en los caminos vivientes,
nadie consuela a nadie y el desconsuelo mata,
mientras don dinero abre todas las ventanas,
pero cierra el entusiasmo de querer y de amar.
III.- EL DESPRECIO A LOS DÉBILES
El desprecio a los débiles y el poco aprecio
a la persona, se constata en cada amanecer,
se verifica a diario con todo tipo de maltrato,
con la permanente y cruel burla de ignorar,
de no tomar en cuenta sus lágrimas y vejar.
Hay algo dentro de nosotros que nos cubre
y nos encubre de dureza, de falta de pasión
y de compasión por el análogo que marcha
a nuestro lado, es el ansia del vicio sin más,
el ahogo de manchar y el deseo de arrollar.
Realmente todas las desgracias nos hunden,
pero la desconsideración nos roba las raíces,
nos deja sin vértebras que nos humanicen;
y, deshumanizados, caminamos a la deriva,
al olvido del niño y al desdén de la ternura.