“La casa permanece de puertas abiertas, en su sala, comedor y alcobas, hay espacio para los visitantes, para los que lleguen, todos son bien recibidos, a todos se les atiende por igual, se comparte una mesa, un calor, hay afecto y entre todos hay armonía y una felicidad que siempre brillaba en el rostro de sus moradores.”
“En la calle, todos nos conocemos, nos saludamos y compartimos parte del camino, en trechos donde contamos al otro, al extraño, que no es un extraño, sino un habitante de nuestro entorno, nuestras vivencias, nuestro mundo, nuestros sueños…”
Este texto que he colocado en comillas, escrito para esta ocasión, bien puede hacer parte de una literatura que nos revele la realidad de otros tiempos. Tiempos aquellos en los que efectivamente las comunidades vivieron en paz y armonía y construyeron una sociedad para todos, pensando y soñando en el bien común y en la necesidad de dejar una huella.
Hoy vivimos la época de la inseguridad, todos buscamos una respuesta o una forma de querer entender y dimensionar dónde radica el punto que nos transformó de la noche a la mañana. Cuándo se dio ese rompimiento de la realidad y nos volvimos enemigos del otro, fue el momento en el que empezamos a salir por las calles y ver en el otro nuestro enemigo, la persona que sin querer o sin saberlo puede hacernos daño, porque sospechamos o suponemos que estamos en peligro, es común encontrar que somos testigos mudos de situaciones y allí donde encontramos una afrenta contra otro nos quedamos quietos, somos indiferentes y no nos conmueve el dolor ajeno.
¿Será todo esto la civilización que hemos construido? ¿Será este el mundo de la civilización a la que le hemos apostado?
Es hora de entender que el mundo de la inseguridad es todo lo que nos espera, que el mundo de los conflictos sociales y la persecución del uno al otro, en una desconfianza que se ha generalizado de tal manera que hayamos llegado a hacer perder el concepto del afecto, que haya destruido los elementos y las raíces que otrora lideraron en todo momento nuestros abuelos, y que la solidaridad y la hermandad hacen parte de tiempos pasados y no hay forma de reconstruir nuestro entorno, nuestra familiaridad y nuestra vocación integradora del hombre en todos sus planos sociales y humanos?
Hoy no creemos y no participamos de las políticas, todos nos mienten y nos engañan, disfrazamos con palabras todo lo que no ha de hacerse realidad y en medio de todo, colocamos un rostro de la inocencia y nos aprovechamos del silencio, para congraciarnos con las formas y las facetas que como máscaras llevamos para enfrentar la realidad y el mundo que nos rodea. La inseguridad en todos los aspectos de la vida, es una constante que tenemos que empezar a reconocer, para encontrar un espacio y una voz que nos reconstruya como seres humanos, como seres potencialmente dotados del afecto y de la hermandad que hemos perdido, pero que tenemos que reconstruir. He ahí el reto.
Es triste, nuestros gobernantes nos engañan, todos, sin excusa, todos buscan una forma de negarse y se empecinan en conducirnos por el camino de los imposibles, para negarnos la opción de vida que tanto se ha perdido. Hoy, nuestras puertas están cerradas, nuestras ventanas están blindadas, no hablamos con el otro, tenemos miedo al que lleva o cruza el sendero por donde nos transportamos, temores, miedos y violencia de otro género, se ha tomado al ser humano. Y no tenemos afecto, no queremos el afecto, lo rechazamos y lo perdimos… que triste realidad la que se nos vino encima…inseguridad es sinónimo de inhumanidad.