
“La fortuna nos ha quitado, pero también nos ha dado. Permitámonos disfrutar al máximo a nuestros amigos, porque no sabemos cuánto tiempo tendremos este privilegio” (Séneca)
La tristeza y melancolía de la muerte sugiere que ante su presencia huye la luz, porque su imperio corresponde al reino de las sombras. Y que todo lo que yace inerte, sin fulgor, está muerto. La vida entonces es un astro cuya luz se proyecta hasta los confines del universo y desde allí retorna a su lugar de origen, sin importar cuántos millones de años se gaste en cada viaje, sabemos que con la partida a la eternidad de Don Antonio Botero Palacio el pasado Domingo, el cielo se halla tachonado y adornado de luminarias infinitas por la llegada al paraíso celestial de este gran hombre. Desde esa perspectiva, nuestro amigo “Don Antonio”, como cariñosamente se le conoció y se le seguirá recordando en Magangué, ciudad de Paz, amor y esperanza, él ha iniciado su viaje hacia lo eterno, ese surtidor de luz del universo. Tras de sí, no ha quedado sobra alguna. Hoy, desde el campo unificado en donde se tiene la certeza de la dicha plena, nos bastará pensar en él para que se haga presente ante nosotros con la certeza y la firmeza de su luz fraterna.
Don Antonio, excelente hombre, con cualidades admirable, servicial, amable y cordial, honesto, sincero y responsable, investigador histórico, extraordinario y exquisito en la literatura y la poesía, ejemplo de ello es la tenacidad que con amor y ternura publico varios libros como, Desde los Lagares del Alma, e Historia de Magangué, entre otros, fue el amigo, el lector, el inquieto emprendedor de anecdotarios en el puerto de Magangué, el cronista del Barrio San Pablo y otros abolengos, el mismo que impulso la casa de la Cultura, el. Centro Histórico, el Club Candela Viva, diferentes centro literarios que forjó su noble labor cultural y social.
A Don Antonio, le gustaba enseñar, dialogaba con suficiente fluidez verbal, de problemas de la comunidad, visionándoles soluciones, manejaba exquisitas relaciones en Magangué y el departamento, en donde se dio a conocer por su personalidad y su verticalidad, y a muchos logró comprometerlos en lo histórico- cultural y social con algunas de sus profundas inquietudes existenciales, espirituales y filosóficas. Se fue feliz, de haber cumplido con su función de padre y como buen hijo, digno, social, colaborador con su pueblo adoptivo.
Su luminoso espíritu ya no está aquí. Su aguda comprensión del alma humana ya no se halla al alcance de nuestra voz para preguntarle. Sin embargo, tengo la convicción de que, después de sus batallas con la muerte, nos diría que no vale la pena jugarse el privilegio de vivir por nada, porque la muerte no es más que la condición que ha impuesto la inteligencia superior para que, mientras tenemos la conciencia de respirar, limpiemos nuestro ser para salir airosos de este empaque humano, no como guerreros, no como héroes, no como justicieros, no como salvadores, no como poderosos, no como libertarios, sino como herederos del cielo, diseñado por Dios a su inteligencia divina para ser morada eterna de todos aquellos que, habiendo sido bendecidos por el soplo vital, también hubieran entendido que si fuimos dotados de un corazón que no distingue, no fue para que lo pusiéramos al servicio de nuestros apetitos, sino para que, como hombres libres y de buenas costumbres, como Don Antonio, nos amáramos los unos a los otros.
Dios me dio la oportunidad de compartir con Don Antonio, colaborarle en recolectar información sobre el libro Historia de Magangué, que el día del lanzamiento del libro en la Gobernación de Bolívar, me escribió estas palabras: “Para el profesor Anuar Cortazar que fue participe en esta aventura maravillosa en la búsqueda de los ancestros, con sinceridad y respeto”
Cumpliendo ese precepto superior, la dimensión del premio que nos espera tras la muerte es gozar a plenitud de esa vastedad iluminada, en donde todo es infinito y puede más que el hombre, que el concepto y que la forma.
El partió, pero sus enseñanzas quedan como ejemplo de las presentas y futuras generaciones de Magangué y la región. No le dio tiempo despedirse porque las brisas del rio Magdalena fueron más rápidas que sus deseos. Paz en su tumba.