Podría afirmarse, sin ninguna restricción, que el “Día de las velitas” en el Caribe colombiano tiene dos percepciones distintas, dependiendo de los niveles de creencia que se cultiven en los distintos sectores de este vasto territorio.
Para una parte de esos creyentes se trata de una fecha especial en la que se debe continuar demostrando fervor e inquebrantable fe en la virginidad de María, quien, según la tradición judeo cristiana, concibió a Jesús de Nazareth sin perder su pureza corporal ni espiritual, de ahí que se afirme que “fue la única mujer en la historia de la humanidad que concibió sin participación de hombre”. Es decir: su cuerpo no sufrió mácula, quedó inmaculada.
Para otra parte de los creyentes, este día representa uno de los preludios de todas las celebraciones que se den en diciembre. Por lo tanto, la alegría y la nostalgia se entremezclan cuando se escuchan canciones como “Las cuatro fiestas” y “La inmaculada”, ambas del compositor atlanticense Adolfo Echeverría, las cuales desde hace años se constituyeron en algo así como en las bandas sonoras del alborozo decembrino.
Pero es posible que, desde hace años, la mayoría de esos celebrantes venga ignorando que el origen del Día de las velitas se remonta a los tiempos de las creencias paganas, algo en lo cual los historiadores relatan diferentes situaciones, siendo las más comunes la del emperador Nerón (año 37- 68 después de Cristo), quien anualmente organizaba unas fiestas sangrientas de adoración al dios Sol, en las que untaban de brea a las personas, para luego inmolarlas y utilizarlas como antorchas.
Otros investigadores exponen que el Día de las velitas podría tener origen en las romanas fiestas saturnales, donde los pobladores rendían honores al dios Saturno encendiendo antorchas en sus hogares e intercambiando regalos y comidas con sus vecinos y familiares.
Posteriormente, cuando Roma pasó de ser imperio pagano a cultura cristiana, la iglesia católica decidió reemplazar las celebraciones a los dioses por adoraciones a sus propios santos. Así se estableció que el 8 de diciembre cada familia debía poner una vela encendida en la puerta de su casa, para que, a la media noche, cuando la Virgen María recorriera las calles, dedicara una bendición a cada vivienda donde hubiera una luz.
Por su parte, han contado los viejos habitantes de la Región Caribe que en los amaneceres del siglo XX el Día de las velitas, o Fiestas de la Inmaculada Concepción, eran netamente religiosas, equipadas con misas mañaneras y procesiones acompañadas con bandas que iban tocando la misma música sacra que se programaba durante los días de la Semana Santa.
Con el tiempo, a las misas y a las procesiones musicalizadas se fueron sumando las exposiciones gastronómicas con los platos típicos de cada pueblo o subregión, como también las ruidosas francachelas con agrupaciones de música secular, que paulatinamente se transformaron en los actuales espectáculos de casetas que comienzan a desarrollarse desde el día 7 hasta la madrugada, cuando cada familia se levanta a sembrar velas en sus terrazas.
En los centros urbanos no es tan distinto: aunque se trate de un día laboral, los fanáticos de la parranda comienzan a celebrar desde la noche y emprenden el regreso a casa en la madrugada, precisamente cuando se están encendiendo las velas y los fervorosos de las misas tempraneras se les cruzan en el camino.