En países como Estados Unidos, Brasil y Colombia, el autoritarismo «cabalga» sobre el populismo para ganar terreno en tiempos de COVID-19.
En el caso del primer país mencionado -para el 21 de abril había 911.213 infectados con 2.785 casos por millón de habitantes- el presidente Donald Trump, quien está en plena campaña para la reelección, se niega a reconocer que es responsable de que su país perdiera varios meses de preparación para una pandemia que fue todo menos sorpresiva. En efecto, Trump sabía, había sido advertido por informes y seguramente por los organismos de inteligencia que lo que estaba pasando en China, tenía todas las probabilidades de poner en jaque al mundo entero. Ahora se dedica al malabarismo retórico en cada conferencia de prensa, mintiendo y torturando a los científicos que no saben responder “políticamente” y prefieren hacer lo que Lady Gaga llamaría “Poker Face”. Las cifras para Estados Unidos son trágicas: 51.522 muertos, mientras -quien lo hubiese imaginado- Nueva York construye fosas comunes y sus hornos crematorios reciben autorización para funcionar 24 horas.
El 10 de febrero Trump anunció que el virus se acabaría en el país con la llegada del verano. Luego el 26 del mismo mes afirmó que pronto habría cero casos en el país y el 28 tildó la crisis como un “falso positivo político” de los demócratas. Posteriormente, el 4 de marzo señaló que la gripa mataba más gente que el Covid-19. Veinte días más tarde dijo que se perdían más vidas en accidentes de tránsito y el 6 de abril, que su cura estaba en la hidroxicloroquina. La última perla, el 23 de abril, cuando dijo que la solución estaba en ingerir o inyectarse “Lysol”, un desinfectante de limpieza multiusos. Definitivamente escuchar al presidente Trump es perjudicial para la salud.
Ahora, con respecto al presidente de Brasil Jair Bolsonaro, todo es mucho peor. No le ha bastado que en ese país se encuentren 52.995 personas infectadas, ni que hayan fallecido 3.670 por su terquedad e irresponsabilidad total ante su propia gente. Se negó a tomar medidas para mitigar la crisis sanitaria. Es así como en sus discursos, todavía dice que este virus es una “gripita”, hace apariciones públicas ante miles de personas y, peor aún, armó una guerra contra los gobernadores que han decidido adoptar medidas de cuarentena. De esta forma, aprovechándose del poder del Estado, deslegitima a quienes, con elemental, pero contundente sentido común, hacen lo debido en pro de sus habitantes.
Mientras tanto en nuestro país, el partido de gobierno centro democrático, aprovechándose de la emergencia, propuso la reasignación o desvío más exactamente, de recursos del proceso de paz para ser destinados a la pandemia. Se trata de una hipocresía, mezquindad y perversidad infinitas, equivalentes a robarle la esperanza a millones de víctimas que esperan hace décadas verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.
En estos momentos, el propósito más importante debe ser rodear al presidente Duque, siempre y cuando no ceda a los cantos de sirena que suenan fuerte desde el autoritarismo de extrema derecha y que gritan “cierre el Congreso” o “si la democracia es un obstáculo, hay que sacrificarla”. Es la hora de la grandeza, del sentido de humanidad, de la empatía, de la solidaridad y de la fraternidad.