Unos alegan su frustración por perder dos contratos con Canal Uno que suman 13.000 millones de pesos.
“Tratan de imponer como gran periodismo la alharaca y el insulto: los gritos graves de Salud Hernández y los aullidos agudos de Vicky Dávila. Espectáculo, escándalo. Genuflexiones al poder con hechos inventados, si fuese necesario”. Héctor Abad Faciolince.
Soy consciente de que Abad desprecia mi trabajo y no leerá estas líneas. Y yo no acostumbro a responder diatribas. Si fuese alguien a quien no respetase, las ignoraría. Me insultan todos los días en notas y redes sociales, que se volvieron cloacas. Incluso me han agredido en la calle. Por tanto, estoy curada de espanto. Lo que no entiendo es por qué un gran escritor, que yo creía moderado y objetivo, aunque como es normal, moldeado por su ideología, cae en la trampa de vilipendiarme de manera gratuita, solo para reforzar su argumento contra SEMANA.
Podría defender a Daniel Coronell y criticar su salida sin necesidad de insultarme. En esta revista siempre hubo un columnista de derecha (Nieto, Rangel, Acevedo, etcétera) y no protestaban. Ahora repudian la diversidad de ideas.
Pregunto, ¿a qué viene calificar mi trayectoria profesional de “alharacas”, “insultos”, “gritos graves”? ¿Significa que Abad rechaza, por ejemplo, que denunciara en su día los nexos de los paramilitares con políticos en Sucre o Cesar, cuando el periodismo bogotano de escritorio no decía nada? ¿Olvida que algunos de mis enardecidos fustigadores defendían que la candidatura única de Hernando Molina no era imposición de Jorge 40 sino homenaje a la Cacica? La vida da muchas vueltas.
O quizá proferir “gritos graves” consista en relatar lo que ocurre en lugares remotos como Roberto Payán, El Charco, El Plateado, Piamonte, La Hormiga, La Gabarra o Miraflores, por citar algunos de mis recorridos desde 1999. Le aseguro que tienen muy poco de “espectáculo”. Mis crónicas y columnas sobre esa otra Colombia no suelen despertar mucho interés, ni las vuelven espectáculo los noticieros matutinos de las emisoras, el verdadero cuarto poder.
En El Tiempo y ahora en SEMANA nunca preocupó su escasa repercusión, siempre me animaron a seguir haciéndolas. Algunas aparecían cuando en Bogotá los sucesos ya no eran noticia, dado el tiempo que toma informar sobre el terreno. Intentar averiguar autores y razones de una matanza en un punto alejado, donde impera la ley del silencio, requiere desplazarse a la zona varios días y hablar con personas diversas, cara a cara, no por teléfono, desde Bogotá o Miami. Para Abad, sin embargo, esa manera de ejercer el oficio la define como “alharaca, insultos”. Por cierto, en la SoHo de Daniel Samper consideraban mis crónicas profesionales.
También ahora me entero de que esos relatos son sinónimo de “genuflexiones al poder con hechos inventados, si fuese necesario”. Repaso lo escrito en SEMANA y no sé si su rechazo proviene de mi crítica a Ernesto Samper. O de señalar que los asesinatos de líderes sociales en Algeciras los ordenó el Paisa. O que en el Chocó el ELN sigue secuestrando. Comprendo que desde su atalaya no alcance a avistar lo que allá sucede. O puede que Abad y otros que me insultan igual preferirían que tergiversara la verdad para seguir la corriente y ajustarme a su conveniencia política.
Yo no habría echado a Daniel, pero querría que contara por qué su empeño en que lo sacaran, qué pretende con esta movida. En junio publicó dos columnas tremendas contra SEMANA. Lo despidieron y el director, por indicación de Gilinski, debió tragarse los agravios y viajar a Miami para pedirle que regresara.
¿Por qué las escribió? Desde luego no en defensa del periodismo. Eso que se lo cuente a otro, no nací ayer. Igual que las dos últimas. Daniel conoce que en Noticias Uno, El Espectador o en Sebastopol rige una regla no escrita de que si lanzas cuatro fétidas bombas contra tu empresa, máxime si una la estallas en The New York Times, te dan un portazo. A Daniel lo perdonaron dos veces y por eso debió tensar la cuerda hasta romperla. ¿Con qué fin?
Unos alegan su frustración por perder dos contratos con Canal Uno que suman 13.000 millones de pesos.
A mí me traen al fresco sus disputas empresariales o si busca recolocarse como un mártir en otro medio. Lo único que me fastidia es que sus amigos me metan en una pelea que no es mía.
Y tampoco exageremos. Hay demasiado ego reconcentrado. Nadie es imprescindible. Enrique Santos dejó ‘Contraescape’ y El Tiempo ni tembló. Obvio no es bueno perder dos columnistas de renombre. Y hacen bien Abad y sus amigos en no leer más SEMANA. Yo pasé varios años sin mirarla y viví divinamente, incluso ahora solo la hojeo y casi siempre discrepo de sus historias de portada. Pero no los agravio. Publico mi versión. En eso, al menos, nos diferenciamos.
Tomado de la Revista Semana