El autor es el best seller escocés Peter May y se llama “Lockdown” (Confinamiento). La historia describe la economía en pausa, el sistema de salud colapsado, las calles desiertas y hasta la internación del primer ministro británico en el Hospital St. Thomas, donde estuvo Boris Johnson
En Londres, que ha quedado destruida por efectos de una pandemia, mientras miles de cadáveres se queman cada día en un antigua central eléctrica, un grupo de obreros construye a toda velocidad un hospital de emergencia para ampliar las instalaciones del famoso centro médico St. Thomas, donde el primer ministro está internado en estado de gravedad. La noche anterior han terminado de excavar los cimientos, pero en la mañana, cuando se disponen a verter el cemento, encuentran un bolso grande de cuero.
—Algún hijo de puta cree que hicimos estos pozos sólo para que él tuviera un sitio donde tirar su basura —describe el obrero que lo encontró.
—Bueno, salgan —grita el capataz—. No nos podemos permitir demoras.
—¿Qué contiene? —pregunta alguien más.
Así comienza Lockdown (Confinamiento), la novela de Peter May que imagina la capital del Reino Unido en completo cierre por un virus, bajo ley marcial, con los hospitales y los servicios de emergencia superados, violencia en la calle todos los días, saqueos, represión militar. En 2005, cuando el best-seller de policiales la escribió, tras investigar documentos británicos y estadounidenses sobre escenarios posibles un brote de H5N1, la gripe aviar, sus editores la rechazaron. “Dijeron que era poco realista y que nunca podría suceder algo así”, contó el escocés en el prólogo a la edición que acaba de salir, con el fondo del COVID-19, en una versión electrónica que se volvió viral.
“Nadie se podía identificar con este paisaje distópico, no importaba que estuviera bien investigado”, siguió en su página web. “Hoy todo el mundo puede. Es nuestra experiencia común. ¿Y no es eso lo que se supone que hacen los escritores, describir y explorar la condición humana, el mundo que vivimos como raza humana?».
Un texto “aterradoramente profético”
La novela tiene inquietantes similitudes con lo que sucede en la actualidad, una suerte de capacidad profética derivada de la profunda investigación con que May suele sostener sus ficciones. Por ejemplo, plantea la necesidad de un hospital temporario debido a la saturación del National Health Service, el organismo de salud pública orgullo del Reino Unido: a comienzos de abril, realmente se inauguró uno así, el NHS Nightingale, en el centro ExCeL, con 500 camas y capacidad para otras 3.500. Y el primer ministro muere mientras su esposa agoniza —difícilmente cuente como spoiler: sucede en las primeras líneas de la novela— en el mismo hospital donde Boris Johnson estuvo en la terapia intensiva.
El bolso contiene huesos humanos, probablemente de un niño o una niña, y el detective Jack McNeil debe cruzar la ciudad, saqueada, vacía y puntuada por sucesivos puntos de control militar, desde la habitación donde quedó confinado, lejos de su hijo, Sean, cuya madre no lo deja verlo por temor al contagio. Su otro hijo, Jack, ha muerto por el virus, y en esa devastación del alma él espera que su último día de trabajo sea inane. Pero tendrá que postergar sus planes de retiro porque el caso involucra a un psicópata decidido a impedir que se identifiquen los restos y evitar así que se revele una conspiración de consecuencias increíbles.
Si bien el virus de Lockdown es mucho más contagioso y letal que el nuevo coronavirus que ha puesto el mundo en confinamiento —aquella idea que a los editores de May les parecía ridícula—, su “retrato de la ciudad sitiada por un enemigo silencioso y sus explicaciones sobre la diseminación de la enfermedad son aterradoramente proféticos”, lo elogió The Guardian. “Hemos creado las incubadoras perfectas para nutrir y transmitir una infección: los autobuses y los aviones y los trenes subterráneos en los que viajamos”, dice el narrador de May. “Éramos un desastre humano en ciernes”.
También la descripción del epicentro de la epidemia, Londres, apenas reconocible por las referencias urbanas, tiene un eco de las calles vacías que hoy se ven en muchas grandes ciudades del mundo:
Ahora, a la luz del día, había un tránsito limitado de vehículos privados y comerciales que contaban con el permiso requerido para circular en determinadas áreas de la ciudad, bajo el rastreo de cámaras y satélites. Los controles eran más estrictos en el centro de la ciudad, donde había sucedido buena parte de los saqueos. El gobierno usaba la antigua infraestructura de peajes y multas para monitorear y controlar todos los vehículos que ingresaban o salían del área. MacNeil avanzó por el límite norte, pasó por la Estación Euston, desierta, antes de doblar hacia el sur en Tottenham Court Road, donde una cámara grabó su número de licencia y lo envió directamente a la central informática. Si no tenía permiso, lo detendrían en cuestión de minutos.
15 años en el Dropbox
La novela —que saldrá en papel este mes en el Reino Unido, en junio en los Estados Unidos, y en traducción al español en octubre, bajo el sello Catedral— se encuadra en una etapa literaria que en su blog May llamó “un periodo cuando no podía encontrar editor para nada que escribiera”. Por entonces había dejado su trabajo como periodista en BBC para escribir guiones de dramas de televisión exitosos. Su primera novela, El reportero, se había convertido en la miniserie The Standard, y le abrió la puerto a ese otro oficio que luego de otros trabajos destacados —Squadron y Machair entre ellos— dejó a su vez para dedicarse a la literatura.
Sus serie de novelas conocida como The China Thrillers —documentadas en viajes, con entrevistas a forenses e investigadores reales— le dieron mucha popularidad: The Firemaker, The Fourth Sacrifice, The Killing Room, Snakehead, The Runner y Chinese Whispers. Pero entonces, años 2004, sus editores le sugirieron que tanteara otras aguas. Comenzó a explorar áreas nuevas —por ejemplo, pasó un año en Second Life con el avatar Flick Faulds, un detective privado, para dar base a Virtually Dead— y, entre ellas, las epidemias.
“En el momento en que escribí el libro, los científicos predecían que la gripe aviar sería la siguiente pandemia global grave”, dijo el autor a CNN. Se puso a estudiar entonces los documentos de los gobiernos del Reino Unido y los Estados Unidos sobre preparación para un escenario catastrófico de contagio de un virus. “Era algo muy, muy aterrador y era una posibilidad real, así que investigué mucho y se me ocurrió la idea: ¿qué pasaría si esta pandemia comenzara en Londres? ¿Qué podría pasar si una ciudad como esa estuviera completamente cerrada?”.
Comenzó a indagar “acerca del caos que [una pandemia] podría infligir y cómo la sociedad tal como la conocemos podría comenzar a desintegrarse velozmente”, contó en el prólogo a su libro. “En un arrebato de seis semanas de trabajar hasta muy tarde en la noche escribí Lockdown. Nunca fue publicada”.
Del mismo modo que le rechazaron The Blackhouse (primer libro de su trilogía ambientada en la isla de Lewis, que luego vendería millones de copias en el mundo) y Extraordinary People (primero de la serie del ex forense Enzo Macleod, también best-seller), Lockdown no consiguió seducir a ninguna editorial. “Quedó guardada en una carpeta en mi Dropbox, donde ha permanecido”, recordó May.
Hasta ahora. “En el momento en que escribo esto me encuentro atrincherado en mi hogar en Francia, impedido de salir de casa excepto en circunstancias excepcionales” siguió en el prólogo. «Un nuevo coronavirus, COVID-19, arrasa el mundo y la sociedad tal como la conocemos se desintegra rápidamente. Aun con una tasa de mortalidad que es sólo una fracción de la de la gripe aviar, los políticos deben batallar para controlar el caos y el pánico que el COVID-19 disemina por el mundo. Los paralelos con Lockdown son aterradores. Así que este me pareció el momento de abrir la carpeta polvorienta del Dropbox y desenterrar aquel manuscrito para compartir con mis lectores, aunque sólo sea para hacernos comprender cuánto peor podrían llegar a ser las cosas”.
Los orígenes de la edición actual
Se le ocurrió a partir del comentario en Twitter de un admirador, quien le sugirió que creara un thriller con el fondo del coronavirus. La sugerencia le hizo pensar que acaso ya lo había hecho.
Le escribió un correo a su editor Jon Riley con cuestiones pendientes y al final agregó: “Por cierto, te mando esto que escribí hace tiempo por si crees que podría ser interesante”. Al día siguiente Riley estaba loco por publicar “la novela vintage”, como la llamó, que lo había tenido en vela toda la noche y le había parecido “maravillosamente documentada sobre la medicina y la ciencia alrededor de la transmisión de un virus”, además de “escalofriante en la descripción de sus consecuencias sociales”. Riley le hizo una oferta económica y May la aceptó para luego «donar el dinero del anticipo a varias organizaciones benéficas que participan en el apoyo de los trabajadores de la salud, las víctimas y otros que sufren a consecuencia del COVID-19”, agregó en su sitio.
En diálogo con El Confidencial, May confesó que de algún modo el libro lo había acompañado siempre desde 2005, porque la investigación le dejó la costumbre de lavarse minuciosamente las manos y desinfectar la laptop cuando regresa de un viaje. “Francamente, creo que los países estaban más preparados antes que ahora. Con la crisis del 2008 se realizaron muchos recortes», agregó. «En el Reino Unido, por caso, en 2013 se cerró la Agencia para la Protección de la Salud, que entre otras cosas preparaba al país ante posibles pandemias. Las medidas de confinamiento deberían haber empezado mucho antes en todos los países. Me parece que, a ambos lados del Atlántico, los gobiernos han sido irresponsables. Si se hubiera actuado antes, habría beneficiado tanto a salud como a la economía”.
Así comienza Lockdown
Se tradujo algunos fragmentos del inicio de esta novela extrañamente anticipatoria, que siguen los pasos del detective McNeil hacia la escena del crimen, presionado por liberarla cuanto antes para que la construcción de emergencia del hospital pueda continuar:
Como siempre, su camino hacia la ciudad estaba marcado por los puntos de control militares. Algunas áreas estaban simplemente vedadas. Había límites demarcados en los que se requerían permisos especiales para pasar. Manejó hacia el sur a Pentonville, dobló hacia el oeste desde Pentonville Road hacia Euston Road. Eran casi las 7:45 de la mañana y el aire estaba cargado de una luz gris que pasaba a la fuerza por las nubes plateadas que parecían rasguñar las puntas de los rascacielos en la distancia. En otra vida, los taxis y los autobuses y el tráfico hubiera atascado las arterias de la ciudad, como colesterol. MacNeil seguía sin poder acostumbrarse a las calles vacías. Había una quietud escalofriante en la luz matinal. Se cruzó con el habitual camión de tropas, los soldados con máscaras de gas y gafas de protección que miran desde el otro lado de unas cubiertas de lona caqui, como tropas sin rostro de una película de la Guerra de las Galaxias, mientras acunan rifles que se han visto forzados a usar con demasiada frecuencia. (…)
Las calles comerciales de la ciudad parecían un campo de batalla. Aquellos comercios que todavía no tenían las vidrieras rotas las habían tapado con tablas. Las carcasas quemadas de los vehículos robados ardían en las cunetas, y los escombros y los detritos de la que alguna vez había sido una sociedad civilizada se esparcían por las calzadas en ruinas. Los despojos de otra noche de violencia. El Teatro Dominion, frente a la estación de metro de Tottenham Court Road, era una cáscara ennegrecida, quemada. Cada vez que llovía el aire se llenaba del aroma a carbón de La muerte de un viajante, la última obra que se había presentado allí. (…)
Lo detuvieron en un control militar, en Cambridge Circus. Ya se tendría que haber acostumbrado, pero nunca podría sentirse cómodo mientras lo apuntaran a la cabeza con media docena de rifles semiautomáticos. Un hosco soldado lo miró fijamente desde detrás de su máscara, mientas mantenía la distancia y recogía sus papeles con las manos en guantes de látex. Los devolvió rápidamente, ansioso por liberarse de ellos, como si de algún modo pudieran estar contaminados, algo que perfectamente podría ser el caso.
Al acercarse al río, vio el humo negro que ascendía por el cielo pesado de la mañana desde las cuatro chimeneas en la antigua central de energía Battersea. Nadie podía imaginar un símbolo más poderoso de la indefensión humana ante la Naturaleza implacable. ¿Cuántos muertos había a esta altura? ¿500.000? ¿600.000? ¿Más? En cualquier caso, nadie creía en las cifras. No había modo de verificarlas. Pero incluso las más optimistas, las que daba el gobierno, eran casi inconcebibles.
El noticiero de las 8 traía la noticia que había circulado toda la noche. Pero fue la primera vez que MacNeil la escuchó, y lo impactó mucho. Poco después de la medianoche los médicos del Hospital St. Thomas habían anunciado la muerte del primer ministro. Dos de sus hijos ya habían muerto, y su esposa estaba en estado crítico. No se había ocultado que la condición del primer ministro era seria. Pero si la persona más poderosa del país podía sucumbir tan fácilmente, ¿qué oportunidad tenía el resto?